martes, 17 de mayo de 2016

EXTRAÑOS EN LA NOCHE





Santiago salió a caminar pues se sentía abrumado, quería estar solo, o tal vez no.  Llovía.
Fue un pensamiento el que logró quitarle el sueño: el tiempo que transcurría inexorable y la felicidad que no asomaba a su vida.
Dueño de un corazón endurecido no se resignaba sin embargo a no sentir otra vez amor; este hombre de cincuenta y tantos años, soñaba con aquella mujer que despertaba a su lado, y conversaban, reían, lloraban, leían, hacían el amor, escuchaban música, miraban películas o una obra de teatro, viajaban por el mundo o tan solo caminaban por la playa, tomados de la mano, en silencio mientras sus almas definían sus destinos.
Y esa noche algo sucedería, estaba escrito en el cielo…

Mora salió a la calle, agobiada por la estrechez del departamento que habitaba en forma provisoria. Era una joven de treinta y tantos años, cuya meta era ser feliz y amada.
Su vida transcurría serena, con su familia en la gran casona del campo, sus perros y sus plantas. 
Pero una mala noticia aquella mañana, hizo trastabillar la armonía de aquel mundo.
Sintió que alguien se olvidó de ella.
Y cuando la soledad la estaba hundiendo en el más horroroso de los infiernos, fue su amor a la vida la que la empujó hacia afuera, mientras la lluvia comenzaba su danza.
Y sintió  el viento meciendo su larga cabellera negra, las gotas de agua recorriendo su cuerpo, los sonidos de los autos, las voces anónimas, los gritos y las sirenas, la música estridente saliendo de los locales nocturnos.
Y comenzó a bailar y correr y correr sin detenerse, riendo, llorando; y corrió y corrió con los brazos abiertos, como queriendo tomar todo. 
Más la loca carrera se interrumpió al chocarse con alguien que se cruzó en el camino.
Al abrir los ojos, se encontró con la mirada más dulce, la que soñó desde que era una niña sensible y solitaria, soledad que gestó su maravillosa vida interior y su imaginación prodigiosa.
Y él vio en esos ojos marrones al amor que tanto ansiaba, su mirada lo llevó  a los confines del Universo, donde se guardan todos los secretos. 
Las letras brotaban como manantial de su corazón pues quería regalarle allí mismo, los poemas más hermosos que un hombre podía escribirle a una mujer.
Y así se quedaron, sonriendo, mirándose sin hablar, reconociéndose.
-Hola, me llamo Santiago.- dijo él luego del largo silencio.
-Hola, soy Mora.- respondió ella mientras se soltaba de los brazos de aquel extraño que la sostenía.
-Quiero pedirte disculpas por interrumpir tu paso pero es que estabas a punto de cruzar la calle y me pareció que tus ojos estaban cerrados.- dijo el hombre con una sonrisa franca.
-Gracias.- dijo mientras intentaba acomodar su ropa completamente mojada.
-Estás empapada mujer, déjame invitarte con una taza de café.
A dos cuadras hay un bar muy cálido, conozco a la dueña, te permitirá secarte y te dará ropa seca.-
Ella lo miró otra vez pues no estaba segura de aceptar el convite de un extraño.
-Quédate tranquila, es solo café y charlar, no soy de hacer esto tampoco pero tus ojos, tu mirada me ha conmovido. Tienes algo especial y no me preguntes que es. Además siento que necesitas ayuda y si me lo permites, quiero hacerlo.
Acabamos de entrar en nuestras vidas, tú en la mía y yo en la tuya.- dijo.
La joven, impactada por aquellas palabras dijo:
-¿Es hacia allá, no? Se llama “Bahía”. Lo conozco.
Sonrieron y comenzaron a caminar juntos hacia el lugar.
Una vez allí, Cecilia, la dueña le permitió entrar al toilette de su oficina para secarse y le ofreció ropa.
Mora salió luego de un rato, seca y con vestido corto que le dejaban ver unas esplendidas piernas.
Se sentaron cerca de una de las chimeneas.
-¿Estás bien Mora? Pedí dos cafés, ¿irlandeses está bien?-
La muchacha respondió asombrada:
¿Cómo sabías que…?  Y se calló. Su corazón comenzó a latir aceleradamente.
La mirada de ella le inundaba el corazón de amor, la mirada de él la seducía de una forma casi mágica.
El mozo dejó los jarros sobre la mesa mientras la música, suave y tenue lograba el ambiente ideal para que todo fuera realidad esa noche.
Y conversaron por horas, rieron, se emocionaron, compartieron amaneceres y atardeceres, anécdotas y recuerdos, música y poesía, lugares.
Los primeros rayos del sol comenzaron a asomar y aquellos destellos dorados iluminaron sus felices rostros.
Y fue sin querer que rozaran sus manos, pues el Universo había decidido participar de aquella unión.
En ese instante el mundo se detuvo para ellos.
Sin hablar se pusieron de pie y el abrazo que se regalaron fundió sus cuerpos, se transformaron en Uno.
El beso estalló en sus angeladas almas, mientras los sonidos del Cielo estremecían sus cuerpos.
Y los mundos de Mora y Santiago se poblaron de cielos diáfanos, noches estrelladas, mares azules y blancas arenas, arenas que invitaban a sus cuerpos desnudos a bailar con el mágico sonido de la eternidad.
Aquellos dos extraños se enamoraron para siempre...


Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo.
Santiago se sentó en la cama y sintió que ella había ocupado todos los espacios de su vida, los vacíos habían desaparecido, la dureza de su corazón había cedido, su alma sonreía otra vez.
Reconoció la felicidad que anhelaba en ella, esa chica, la del sueño.
Ella en el cuarto de aquella clínica, sintió que el amor profesado por aquel hombre era el más profundo que había conocido.
Y sintió la necesidad de conocerlo. Era un motivo más para recuperar su salud.
De pronto se dieron cuenta al mismo tiempo que el futuro les tenía deparado algo juntos. No sabían exactamente qué pero estaban seguros de querer averiguarlo.
El la buscaría sin prisa pero sin pausa.
Ella se dejaría encontrar.
El tiempo era de ellos.
En esta o en otra vida, el día llegaría.
                                                                          

                                                       F     I       N

No hay comentarios.:

Publicar un comentario