viernes, 29 de mayo de 2020

EL BAILE




Como cada sábado a la tarde, el bullicio era enorme en el viejo conventillo de la calle Suarez en el barrio de la Boca.
Los preparativos para el gran baile de la noche eran muchos y muchos eran los que trabajaban para que todo saliera bien. Era una fiesta.
Se llevaba a cabo en el gran patio del fondo, aun con piso de ladrillo.
Sacaban todos los trastos, macetas, bicicletas, ropas, sogas y todo lo que podía llegar a estorbar. Levantaban la caca de los perros y baldeaban con lavandina todo el lugar.
Luego tiraban cables de punta a punta y colgaban decenas de focos de luz. Cada tanto alguien conseguía una lamparita de color amarillo o azul lo que le daba más fantasía a aquella mágica noche donde los vivos, los muertos y los fantasmas del pasado se congregaban para bailar tango.
Cuando todo estaba listo, limpio y despejado, los hijos de don Astor sacaban de su pieza el combinado con el tocadiscos para dejarlo a un costado de la improvisada pista de baile.
Una pila alta de Long plays, propiedad de Don Astor también, era colocada en una silla a su lado. Allí podían encontrarse discos de Piazzolla, Hugo del Carril, Goyeneche, Julio Sosa, entre otros. Y el infaltable Carlos Gardel, por encima de los demás. Cuando pusieron los bancos y las sillas alrededor del patio dieron por terminada la tarea.
El silencio y la paz regresaron al lugar, pero solo por un rato.
Algunos se fueron a dormir un rato para no abandonar temprano esa noche.
Otros, más jóvenes se iban a tomar unos mates mientras algunos corrían hasta el bar para tomar una cerveza.
Don Astor se quedó en la pieza, solo y con las persianas cerradas. Intentó dormir en ese manto de oscuridad, pero no pudo hacerlo, estaba inquieto.
Su sentimiento de culpa seguía siendo muy grande a pesar que ya habían pasado tres años desde que la Zulema, la mujer de toda su vida, había muerto.
Y el hecho de estar enamorándose de su vecina, la Esther, sexagenaria y viuda como él, lo atormentaba.
Ya habían bailado muchas veces y cada vez la electricidad que sentían en cada roce era mayor. El calor en cada mirada era suave y fogoso al mismo tiempo.
Se imaginaban juntos en la cama, abrazados y la respiración se les aceleraba.
Todos los días se encontraban en algún momento pues vivían en el mismo conventillo, a tres puertas de diferencia.
Se saludaban cortésmente, hablaban de los hijos, del tiempo, de los días de partido que tenía Boca Juniors en su cancha y se alejaban, tímidos y culposos.
Él tenía un kiosco de cigarrillos y golosinas a treinta metros de la entrada a la vivienda.
Ella limpiaba la casa de una ricachona en el barrio de Barracas, desde hacía mucho tiempo… 
Astor, al no poder dormir se levantó y calentó el agua para tomar mate con bizcochitos de grasa que había traído de su negocio.
Y fue que, escuchando la emisora de tango en la vieja radio a transistores, pensó que ya era hora de invitarla a la Esther.
Se puso los pantalones, la musculosa blanca dentro de los mismos, ajustó su cinturón y salió. Al llegar a la puerta de la mujer, dudó, pero al final lo hizo, golpeó suavemente y dijo con voz suave.
-Esther, ¿Está? -
No hubo respuesta, pero si ruidos dentro de la pieza.
Aguardó un par de minutos hasta que vio cómo se abría la puerta. Lo atendió Esther que estaba vestida con un deshabillé rosa furioso, grueso y largo hasta los tobillos y pantuflas con forma de conejo. Su cabellera lucía endemoniada y la cara de sueño era síntoma inequívoco del poco oportunismo de Astor.
-Perdón, mil perdones Esther, la desperté. - dijo angustiado.
-No Astor, no se haga problemas, ya me tenía que levantar. Quédese tranquilo y dígame que necesita. - respondió.
-No, nada, solo quería invitarla a tomar unos mates con bizcochitos y charlar un poco, pero no importa, discúlpeme, me voy, será en otro momento, - dijo y regresó a su pieza sin escuchar la voz de la mujer que le decía.
-No se vaya, por favor, venga Astor. -
Se encerró y temblando de vergüenza se tiró en la cama. Encendió un cigarrillo, viejo hábito que había dejado y regresó a partir de la muerte de su mujer.
Cuando lo apagó y tiró la colilla en el cesto de basura, escuchó que alguien golpeaba a su puerta.
- ¡Don Astor, soy la Esther! -
Al viejo se le aceleró el corazón y comenzó a correr para acomodar todo, ventilar para sacar el olor a tabaco y calentar el agua que se había enfriado.
Le abrió la puerta y allí estaba ella, ahora con un vestido floreado de entrecasa y zapatillas blancas. Se había peinado y perfumado.
- ¿Todavía está en pie la invitación? Tengo ganas de mate con bizcochitos de grasa, - dijo sonriente y alegre.
-Adelante por favor, estoy calentando el agua y cambiando la yerba, - dijo feliz Astor.
Le pidió se sentara en la silla que quisiera mientras él ponía todo en la mesa.
- ¿Amargo o dulce?,-le preguntó a la mujer pues quería conocer su preferencia con el mate.
-Dulce como usted Don Astor, - dijo la mujer sonriendo y sin ruborizarse.
-A mí también me gusta usted…digo…dulce como usted, Esthercita, - respondió para luego ponerse de los colores del arco iris por el acto fallido.
Ella rio con ganas y lo contagió a él.
Mas distendidos comenzaron a charlar, primero de los hijos, siguieron con los muertos, luego con las enfermedades y las pastillas para terminar hablando del barrio, del club, de los amigos y del tango.
Amaban bailar tango. Esperaban con ansiedad cada sábado por la noche.
Y entre mates, bizcochitos, confesiones y anécdotas transcurrieron casi tres horas.
Fue ella la que dijo.
-Uhhh, me voy a bañar y a cambiarme Astor, en un rato empieza a caer la gente del barrio para el baile y quiero estar linda para vos. - le dijo con un tono por demás pícaro.
El hombre rio y le respondió.
-Ponete linda que esta noche voy a bailar solo con vos. Yo también me voy a bañar, afeitar y ponerme el mejor traje. -
Cuando ella salió de la pieza corrió eufórica a la suya. Se estaba enamorando y sabía que era correspondida.
A las diez de la noche en punto, comenzó a sonar la música. Aldo, el hijo mayor de Astor puso el primer disco en el tocadiscos.
La concurrencia era alta, el patio estallaba de gente de todas las edades. Julio Sosa fue el elegido para comenzar.
Muchos comenzaron a levantarse de las sillas para ir al centro a bailar.
Y como a las diez y cuarto hizo su aparición Astor, enfundado en un traje negro, zapatos negros relucientes, camisa blanca y corbata roja. Se había peinado con fijador.
Se quedó de pie a un costado, esperándola. Nervioso como un adolescente. Llevaba una rosa en el ojal.
Y fue que a los cinco minutos ella apareció. Salió de su cuarto enfundada en un vestido negro ajustado, un tajo en el mismo que permitía verle unas aún esplendidas piernas cubiertas con medias de red, tacos altos, aros, colgantes, mucho perfume y mucho maquillaje.
A Astor le temblaron las piernas al verla. Ella avanzó decidida hacia él y le dio un beso en la mejilla. Él se lo devolvió, sacó la flor que llevaba en el ojal y se la colocó en el cabello.
Luego le tomó la mano y fueron al medio del patio mientras se escuchaba la voz de Bibí Albert que decía:
“Aguante el corazón.
Nos toca agradecer recomenzando.
Abrimos sucursal
en otro pecho afín y en muchos más.
Hoy sé lo que ya no,
y sé lo que tal vez, y cómo y cuándo.
Jamás fui la mitad,
me pertenezco a mí y estoy acá.”
De pronto, el gemido lastimero del bandoneón tocando las puertas del cielo, explotó en el patio.
Se miraron, se tomaron y comenzaron a bailar.
Cuando se tocaron y se rozaron, se iluminaron y el mundo se perdió en la inmensidad del espacio.
Solo ella y él en un punto infinito. Enamorados.

Richard
29-05-20

2 comentarios: