Era una noche oscura y sin luna.
Mientras la melancolía y la nostalgia
arañaban el cielo negro, las estrellas apagadas se encontraban distantes y
silenciosas, como dando paso a la luz de la eternidad.
Y en la cabaña perdida en el bosque añoso
y sin edad, la que se encuentra entre míticas sombras y debajo de una etérea
niebla, duerme la pareja de ancianos.
Según la leyenda, aquel lugar fue
levantado por ángeles, en un tiempo en que el tiempo no existía.
De lejos parecía desierta y abandonada
pero el humo blanco saliendo de la chimenea y los faroles a ambos lados de la
puerta alumbrando con una luz rancia y amarilla, contradecían aquella
suposición.
Detrás de ella, el inmenso lago, eterno y
enigmático se erigía como si fuera un monumento cósmico.
El silencio era armonioso y profundo, solo
interrumpido por el aullido de algún solitario lobo, el aleteo de las aves
nocturnas o el ulular de los búhos.
Y fue que, en medio de aquella noche, una
fuerte explosión y unos alaridos aterradores se escucharon y destrozaron la
quietud del lugar. Eran sonidos lejanos y cercanos al mismo tiempo.
Los ancianos se despertaron, se levantaron
y salieron a investigar, ella con un farol en cada mano, él con su escopeta
descargada.
Se alejaron algunos metros de la puerta
con suma cautela más no vieron nada. Solo podían sentir un fuerte olor a
alcohol.
Mientras tanto, su viejo perro Tobías le
ladraba al cielo negro.
Regresaron a la casa, cerraron la puerta y
la anciana preparó un té caliente con miel.
Lo sirvió en un enorme tazón de losa para
beberlo entre los dos, mientras platicaban.
Cuando el sueño los venció, se acostaron
en su vieja cama, desvencijada por el tiempo.
A la media hora otra vez, risas
estruendosas irrumpieron en medio de la noche haciendo saltar a los ancianos de
su lecho.
Los animales del bosque, esta vez se
hicieron escuchar y la noche se convirtió en algo caótico. Todos se quejaban.
Hasta que de pronto, se hizo un silencio
sepulcral. Era como si la Nada hubiera llegado.
Más duró pocos minutos, pues el fuerte
sonido de una locomotora de tren acercándose hacía que todo vibrara. Los
gritos, aullidos, ululares, graznidos, rugidos eran ensordecedores.
La locomotora se sentía cada vez más
cerca, lo que obligó los ancianos se abrazaran muy fuerte pues por la ventana
de la cabaña podían ver como la luz brillante de un potente faro avanzaba
directamente hacia ellos.
Cerraron los ojos. El tren los atravesó
para luego desaparecer en la negrura del bosque.
- ¿Los contaste Lourdes?,-preguntó Amadeo.
-Sí, eran cincuenta, -
Comenzaron a mirar por la ventana el
desfile de sombras atravesando el bosque. Se abrigaron y salieron con rumbo al
lago donde se quedaron en la orilla.
Hombres y mujeres sin rostro, desnudos,
avanzaban entre los árboles, a paso muy lento.
Eran las almas de los muertos dirigiéndose
al lago para cruzar el Portal hacia el Otro lado.
Leyendas milenarias narraban la existencia
de aquel mágico lugar.
Lourdes y Amadeo se quedaron presenciando
como transitaban aquellas almas que se perdían en el lago en busca de la
eternidad.
Fue una joven que se detuvo y se acercó a
ellos.
-Hola, me llamo María. No tengo miedo,
pero… ¿me acompañas por favor?, - le pidió con suma dulzura a la mujer.
Lourdes, emocionada la tomó de la mano y
la acompañó.
- ¡Para eso estamos mi querida! - le
respondió.
Conversaron durante algunos minutos y ya
en el agua, se regalaron un largo, cálido y afectuoso abrazo.
-Muchas gracias Lourdes, me recuerdas a mi
abuela, la amo. ¿Sabes? ¿La veré, no?, -
-Te está esperando María. -
Se despidieron por última vez.
Con el último que traspasó el Portal, el
bosque retomó su fisonomía natural y los ancianos regresaron a su cama…
El tren había partido de la estación más
al norte del país con destino la Capital.
Se encontraba al límite de su capacidad.
En el último coche, un grupo de jóvenes
había organizado una fiesta donde el alcohol, las drogas y la música estridente
eran los grandes protagonistas de la noche. Y fue que en un punto todo se
descontroló.
Dos muchachos, sin saber lo que hacían,
salieron del vagón para soltarlo del resto de la formación. Al hacerlo, el
mismo quedó a la deriva en la vía y tomó gran velocidad.
Siguió su camino y se metió en un desvío
prohibido pues los rieles habían sido levantados. La caída al vacío era
inevitable. En segundos, se estrelló contra el fondo de las rocas.
Nadie sobrevivió. Eran cincuenta.
Richard
Año 2014
Editado 02-05-2020
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