domingo, 24 de mayo de 2020

LA NIÑA, SU ABUELA Y LA MUÑECA



Julia era una bella e inquieta niña de seis años. Se despertaba muy temprano en la mañana y comenzaba los juegos en la cama con sus muñecas, que las tenía en cantidad y de distintas épocas. Llegó a tener catorce entre las que le regalaban sus padres, Florencia y Tomás, sus tías y sus abuelas.
Pero como siempre, una era su preferida, Marilú. Era muy alta, de plástico y goma, con cabello castaño enrulado, ojos azules y cantaba canciones de cuna.
Dormían abrazadas y el té, en la tarde, lo tomaba con ella a su lado. Luego estaban Tomasa, Elsa y Dora, buenas amigas, pero ninguna como Marilú.
Y a la calle no salía sin ella, fuera adonde fuera.
Un domingo a la tarde, estaba jugando en el patio cuando sus padres le dijeron que irían a visitar a la abuela Nora. Florencia la ayudó a vestirse y Julia le cambió el vestido a Marilú.
Eran las tres de la tarde cuando subieron al auto de Tomás, un viejo sedán cuatro puertas.
A pocas cuadras se detuvieron en la panadería para llevar una torta con crema.
Tardarían una hora en llegar a la casa de la abuela que vivía sola a pesar de que estaba por cumplir ochenta años. Una joven, Ana, iba cada mañana para ayudarla con los quehaceres domésticos, hacer las compras y acompañarla hasta las dos de la tarde. Luego se iba y se quedaba sola a petición de ella. Le gustaba la soledad, sus recuerdos, esa casa, donde vivía desde los tres años y el jardín, al que le dedicaba la mayor parte de su tiempo.
Una vez que partía su asistente, tomaba una siesta, luego se levantaba, tomaba mate y miraba un rato la tele hasta que se aburría y salía al jardín a regar las plantas, cuidarlas, mimarlas. Luego se sentaba en el sillón de madera que había construido su padre y pensaba. Cada tarde, además tenía la visita de los dos perros de sus vecinos, los cuales se quedaban un rato, como cuidándola. A veces, una lagrima caía, pero enseguida la secaba con sus manos.
Al llegar la noche, se preparaba una frugal cena y se metía en la cama antes de las diez, siempre acompañada por un libro que apenas leía dada su vista maltrecha y la tele encendida para ver alguna película hasta que se le cerraran los ojos.
Esa tarde de domingo se había puesto muy feliz con la visita de su hija, su yerno y su nieta.
Temprano había preparado panqueques para servirlos con dulce de leche o crema y helado de vainilla que le había comprado Ana el día anterior.
Además, había dejado sobre la mesa, una jarra de café, otra de agua para el té y jugo de naranja.
Cuando llegaron fue todo alegría, besos y abrazos. Pasaron al living y allí conversaron mientras se entregaban al placer de los dulces.
Julia, una vez que comió el panqueque con helado, comenzó a recorrer la casa como siempre lo hacía.
Fue al jardín, siguió con los baños hasta meterse en cada cuarto. Cuando llegó al de su abuela, abrió la puerta y se quedó inmóvil sin querer entrar.
Lo que encontró llamó mucho su atención pues en la mecedora, mirando por la ventana estaba ella, Nora.
Una luz brillante la rodeaba, estaba más bella que nunca y la rodeaba una paz inconcebible.
Miró a la niña con mucha ternura, mucho amor y le pidió se acercase.
Julia hizo caso y fue a abrazarla, a pesar de la confusión de no saber cómo había llegado tan rápido al cuarto si había escuchado su voz en el living, mientras hablaba con sus padres.
La anciana la abrazó muy fuerte y mirándola a los ojos le dijo.
-No te asustes mi amor, solo quiero despedirme de vos pues has sido mi gran amor desde tu nacimiento. Me has hecho tan, pero tan feliz que no podía irme esta noche, sin abrazarte especialmente y en secreto, para que nunca me olvides. Quiero que seas una buena niña, que juegues y te diviertas mucho -, terminó diciendo algo emocionada.
-Pero Abu, ¿Adónde te vas? ¿No me podés llevar? -, preguntó ansiosa.  
-No mi chiquita, adonde voy van solo los viejitos como yo. Cuando vos seas muy, muy viejita vas a venir y yo te voy a estar esperando. Pero ahora tenés que crecer, convertirte en una mujer increíble, mejor madre y una adulta feliz.
Te amo, niña, te voy a estar cuidando siempre, nunca te voy a olvidar. ¡Y no me olvides!!
Ahh, no le cuentes a papá y a mamá de este momento pues no te lo van a creer-, dijo con lágrimas en los ojos.
La niña, la escuchó y generosa, le dejó en el regazo la muñeca que tanto amaba.
Se esfumaron ante sus ojos las dos, entre luces de colores y brillos cegadores.
La niña se quedó pensando y se sentía bien, feliz ya que su abuela no estaría sola durante el viaje. Marilú estaba con ella.
Regresó corriendo a la sala y allí estaban, papá, mamá y la abuela Nora.
Se quedó callada y estuvo sin hablar hasta que subieron al auto.
Antes de partir, le dio un beso y un abrazo eterno a su abuela quien se emocionó y sonrió por largos minutos.
Ya en el auto, la miró por la ventanilla. La vio agitando la mano, emocionada, hasta que le guiñó un ojo.
Tomás condujo hasta su casa mientras Florencia conversaba por celular con la tía Irma.
Al terminar la conversación miró a Julia y le preguntó que le ocurría que estaba tan callada.
-Nada mami, estoy bien, solo pienso. Un poquito -.
La ocurrencia les causó gracia a ambos hasta que la madre dio un grito.
- ¡Marilú!, no la tenés. Te la olvidaste en lo de la abuela -.
-No mamá no me la olvidé, se la regalé -, respondió.
-¿En serio? Era tu muñeca preferida. ¿No la vas a extrañar? -.
-No porque la Abu, la necesitaba más que yo y Marilú quería acompañarla -, dijo y dejó de hablar.
Su madre no dijo nada y lo miró a Tomás que levantaba los hombros.
Cuando llegaron a la casa ya era de noche.
-Vamos Juli, vamos a bañarnos que mañana empezás el primer grado -, dijo Florencia.
Mientras disfrutaban de aquel baño, sonó el teléfono fijo. Tomás atendió.
A los pocos segundos, el padre entró al baño y le dijo a su esposa, que fuera a atender a su hermana. Su cara tenía lágrimas.
Florencia corrió hacia el teléfono y Tomás se quedó en el baño, secando a Julia.
-Papi, ¿te cuento un secreto? Yo sé lo que está pasando. Es la Abu Nora que se fue de viaje con Marilú. Se la regalé para que no se sintiera sola -, dijo con una sonrisa.
Su padre la abrazó y no la soltó por muchos minutos.

Richard
24-05-20








1 comentario:

  1. Maravilloso relato.
    Nada más hermoso que el amor abuelos-nietos.
    ¡Felicitaciones!

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