Julia era una
bella e inquieta niña de seis años. Se despertaba muy temprano en la mañana y
comenzaba los juegos en la cama con sus muñecas, que las tenía en cantidad y de
distintas épocas. Llegó a tener catorce entre las que le regalaban sus padres, Florencia
y Tomás, sus tías y sus abuelas.
Pero como siempre,
una era su preferida, Marilú. Era muy alta, de plástico y goma, con cabello
castaño enrulado, ojos azules y cantaba canciones de cuna.
Dormían abrazadas
y el té, en la tarde, lo tomaba con ella a su lado. Luego estaban Tomasa, Elsa
y Dora, buenas amigas, pero ninguna como Marilú.
Y a la calle no
salía sin ella, fuera adonde fuera.
Un domingo a la
tarde, estaba jugando en el patio cuando sus padres le dijeron que irían a
visitar a la abuela Nora. Florencia la ayudó a vestirse y Julia le cambió el
vestido a Marilú.
Eran las tres de
la tarde cuando subieron al auto de Tomás, un viejo sedán cuatro puertas.
A pocas cuadras se
detuvieron en la panadería para llevar una torta con crema.
Tardarían una hora
en llegar a la casa de la abuela que vivía sola a pesar de que estaba por
cumplir ochenta años. Una joven, Ana, iba cada mañana para ayudarla con los
quehaceres domésticos, hacer las compras y acompañarla hasta las dos de la
tarde. Luego se iba y se quedaba sola a petición de ella. Le gustaba la soledad,
sus recuerdos, esa casa, donde vivía desde los tres años y el jardín, al que le
dedicaba la mayor parte de su tiempo.
Una vez que partía
su asistente, tomaba una siesta, luego se levantaba, tomaba mate y miraba un
rato la tele hasta que se aburría y salía al jardín a regar las plantas,
cuidarlas, mimarlas. Luego se sentaba en el sillón de madera que había construido
su padre y pensaba. Cada tarde, además tenía la visita de los dos perros de sus
vecinos, los cuales se quedaban un rato, como cuidándola. A veces, una lagrima caía,
pero enseguida la secaba con sus manos.
Al llegar la
noche, se preparaba una frugal cena y se metía en la cama antes de las diez,
siempre acompañada por un libro que apenas leía dada su vista maltrecha y la
tele encendida para ver alguna película hasta que se le cerraran los ojos.
Esa tarde de
domingo se había puesto muy feliz con la visita de su hija, su yerno y su
nieta.
Temprano había preparado
panqueques para servirlos con dulce de leche o crema y helado de vainilla que
le había comprado Ana el día anterior.
Además, había dejado
sobre la mesa, una jarra de café, otra de agua para el té y jugo de naranja.
Cuando llegaron
fue todo alegría, besos y abrazos. Pasaron al living y allí conversaron mientras
se entregaban al placer de los dulces.
Julia, una vez que
comió el panqueque con helado, comenzó a recorrer la casa como siempre lo
hacía.
Fue al jardín, siguió
con los baños hasta meterse en cada cuarto. Cuando llegó al de su abuela, abrió
la puerta y se quedó inmóvil sin querer entrar.
Lo que encontró
llamó mucho su atención pues en la mecedora, mirando por la ventana estaba
ella, Nora.
Una luz brillante
la rodeaba, estaba más bella que nunca y la rodeaba una paz inconcebible.
Miró a la niña con
mucha ternura, mucho amor y le pidió se acercase.
Julia hizo caso y
fue a abrazarla, a pesar de la confusión de no saber cómo había llegado tan rápido
al cuarto si había escuchado su voz en el living, mientras hablaba con sus
padres.
La anciana la
abrazó muy fuerte y mirándola a los ojos le dijo.
-No te asustes mi
amor, solo quiero despedirme de vos pues has sido mi gran amor desde tu
nacimiento. Me has hecho tan, pero tan feliz que no podía irme esta noche, sin
abrazarte especialmente y en secreto, para que nunca me olvides. Quiero que
seas una buena niña, que juegues y te diviertas mucho -, terminó diciendo algo
emocionada.
-Pero Abu, ¿Adónde
te vas? ¿No me podés llevar? -, preguntó ansiosa.
-No mi chiquita,
adonde voy van solo los viejitos como yo. Cuando vos seas muy, muy viejita vas
a venir y yo te voy a estar esperando. Pero ahora tenés que crecer, convertirte
en una mujer increíble, mejor madre y una adulta feliz.
Te amo, niña, te
voy a estar cuidando siempre, nunca te voy a olvidar. ¡Y no me olvides!!
Ahh, no le cuentes
a papá y a mamá de este momento pues no te lo van a creer-, dijo con lágrimas
en los ojos.
La niña, la
escuchó y generosa, le dejó en el regazo la muñeca que tanto amaba.
Se esfumaron ante
sus ojos las dos, entre luces de colores y brillos cegadores.
La niña se quedó
pensando y se sentía bien, feliz ya que su abuela no estaría sola durante el
viaje. Marilú estaba con ella.
Regresó corriendo
a la sala y allí estaban, papá, mamá y la abuela Nora.
Se quedó callada y
estuvo sin hablar hasta que subieron al auto.
Antes de partir,
le dio un beso y un abrazo eterno a su abuela quien se emocionó y sonrió por
largos minutos.
Ya en el auto, la
miró por la ventanilla. La vio agitando la mano, emocionada, hasta que le guiñó
un ojo.
Tomás condujo
hasta su casa mientras Florencia conversaba por celular con la tía Irma.
Al terminar la
conversación miró a Julia y le preguntó que le ocurría que estaba tan callada.
-Nada mami, estoy
bien, solo pienso. Un poquito -.
La ocurrencia les
causó gracia a ambos hasta que la madre dio un grito.
- ¡Marilú!, no la
tenés. Te la olvidaste en lo de la abuela -.
-No mamá no me la
olvidé, se la regalé -, respondió.
-¿En serio? Era tu
muñeca preferida. ¿No la vas a extrañar? -.
-No porque la Abu,
la necesitaba más que yo y Marilú quería acompañarla -, dijo y dejó de hablar.
Su madre no dijo
nada y lo miró a Tomás que levantaba los hombros.
Cuando llegaron a la
casa ya era de noche.
-Vamos Juli, vamos
a bañarnos que mañana empezás el primer grado -, dijo Florencia.
Mientras
disfrutaban de aquel baño, sonó el teléfono fijo. Tomás atendió.
A los pocos
segundos, el padre entró al baño y le dijo a su esposa, que fuera a atender a
su hermana. Su cara tenía lágrimas.
Florencia corrió
hacia el teléfono y Tomás se quedó en el baño, secando a Julia.
-Papi, ¿te cuento
un secreto? Yo sé lo que está pasando. Es la Abu Nora que se fue de viaje con
Marilú. Se la regalé para que no se sintiera sola -, dijo con una sonrisa.
Su padre la abrazó
y no la soltó por muchos minutos.
Richard
24-05-20
Maravilloso relato.
ResponderBorrarNada más hermoso que el amor abuelos-nietos.
¡Felicitaciones!