viernes, 8 de mayo de 2020

LA MESERA


                                                          
El cielo de Buenos Aires había amanecido gris, con un rebaño de nubes negras, cargadas de lluvia y melancolía.
El viento llegaba del sur trayendo consigo un frío que tenía ganas de quedarse.
A las siete de la mañana en punto llegó a Retiro el tren proveniente de Salta. Había comenzado el viaje el día anterior. Hizo su aparición en el andén cuando atravesó el humo, los mantos de niebla y el vapor de las locomotoras que partían.
En él estaba Carla, una bella y humilde salteña de veinte años. Venía a la gran ciudad con unos pocos pesos, una valija de cuero vieja prestada, un corazón cargado de dolor, sueños y la esperanza de ser feliz.
Bajó del tren y se asustó del ritmo febril que había en aquel lugar; gente que iba y venía sin ver, hablando por celular sin levantar la cabeza, atropellándose, con vendedores ambulantes vociferando sus productos y los mendigos pidiendo monedas o un mendrugo de pan.
Cuando pudo sobreponerse, caminó hacia el hall donde la esperaba la prima Inés. Al verla, corrió hacia ella sin que esta se percatara pues se hallaba hablando animadamente con un muchacho.
Cuando la joven escuchó su nombre, se dio vuelta y abrazó largamente a Carla que se encontraba por demás emocionada. Llevaban más de ocho años sin verse.
Luego de un rato y del brazo caminaron hacia la parada de los colectivos mientras el muchacho desaparecía entre la multitud.
Carla miraba todo, maravillada pues era la primera vez que estaba en la Capital. Su pueblo en Salta no tenía más de tres mil habitantes. La vida era por demás tranquila y silenciosa.
Al llegar a la pensión, subieron dos pisos por la escalera hasta llegar a la habitación donde se acomodaron. Luego Inés preparó el mate. Mientras lo hacía, Carla, sentada en la cama le contó que estaba embarazada de su novio preso por robar en la casa del médico del pueblo. Además, lo había herido con un tiro de pistola.
Cuando sus padres se enteraron lo del hijo, la trataron de puta y la echaron a la calle.
-Por eso te escribí prima, para saber si podías alojarme un tiempo hasta salir adelante -.
Inés sonrió, la calmó y le dijo que todo saldría bien.
En ese ínterin, ella recibió no menos de seis llamados. Todos recibieron la misma respuesta.
-Te llamo más tarde, ahora no puedo -, decía y cortaba.
Conversaron de todo, recordando la vida en el pueblo, de hombres y de trabajo.
Comieron una pizza y tomaron cerveza. Se acostaron tarde pues la charla se hizo más profunda cuando la luna se escondió.
A Carla le costó dormir con tanto ruido en la calle y los gritos en las otras habitaciones de la pensión. Estaba acostumbrada al silencio del campo.
Se despertó muy temprano a la mañana siguiente. Mientras Inés dormía, ella lavó ropa, limpió el cuarto, puso cada cosa en su lugar y quiso ir a comprar facturas para el desayuno, pero no se animó a salir sola.
Su prima se despertó a las diez y se asombró de lo hecho por Carla. Luego del abrazo tomaron mate, se vistieron y fueron a caminar por el barrio.
-Quedate tranquila Carla que ya me ocupé de vos, el lunes estarás trabajando. Un amigo te consiguió algo bueno -, le contó. Felices disfrutaron del paseo.
Y entre salidas, mates y largas charlas llegó el lunes.
A las ocho de la mañana se presentó con los dueños de un bar de la Avenida de Mayo para trabajar de mesera. Venía de parte de Román, le pidió le dijera Inés.
Enseguida le explicaron el trabajo y le pidieron comenzara.
Aprendió rápido y se ganó la aceptación. A pesar que no ganaba mucho y trabajaba doce horas, le alcanzaba para colaborar con los gastos de la pensión y guardar unos poquitos pesos debajo del colchón.
Pasó el tiempo. Cada día que pasaba se sentía cada vez más cómoda en la Capital. Solo la preocupaba la imposibilidad de ocultar sus siete meses de embarazo.
Y el día llegó. Uno de los dueños le preguntó si estaba gorda o embarazada. Ante la respuesta verdadera, este le pidió perdón, pero era imposible para ellos retenerla. Le pagaron todo lo que le debían y la despidieron. A pesar de los ruegos nada logró.
Caminó envuelta en llanto todo el trayecto hasta la pensión.
Al llegar comenzó a subir lentamente la escalera pues se sentía mal. En el primer piso tuvo que sentarse en un escalón para descansar unos minutos.
Mientras lo hacía vio como bajaba un joven, el cual le pareció cara conocida. No le costó recordar que era el mismo que estaba hablando con Inés el día del encuentro en la Estación.
Cuando llegó, entró al cuarto por demás fatigada y se asustó al encontrar a su prima allí.
-Hola…me extraña verte acá… ¿No fuiste a trabajar Inés? -, preguntó.
-Hola nena…no, no fui. Sabés que hoy no abrió el bazar. Cuando estaba por llegar me avisaron por teléfono que no vaya. Y me volví. ¿Y vos que hacés? Tendrías que estar en el bar -.
-Me despidieron por lo del embarazo -, le dijo y comenzó a llorar.
Inés corrió a abrazarla y estuvo consolándola un buen rato.
Cuando se sintió mejor, la miró y le preguntó.
¿Y vos que hacés desnuda y con portaligas? Ah, ya sé, lo vi a tu novio bajando por la escalera -, dijo sonriendo.
-Román no es mi novio Carla, no tengo novio ni me interesa tenerlo -. Confundida le preguntó el motivo.
-Porque lo único que quieren los hombres es cojer, es lo único que les interesa -.
-No Inés, no digas eso, hay hombres buenos como también hay mujeres malas. Allá en el pueblo había gente decente y de la otra y lo sabés, viviste allí. Se le conocía la historia de todos. Pueblo chico infierno grande ¿No? -, respondió Carla mientras su prima callaba.
-Decime que te pasa Inés, que te pasó, contame por favor -.
Con lágrimas en los ojos le respondió.
-Soy puta Carla, mi trabajo es ser puta. Trabajé en el bazar hasta hace tres años. Una tarde a la hora del cierre del local, el dueño una noche me violó y me echó. Siendo una provinciana, nadie me iba a creer, le iban a creer al señor comerciante por supuesto, al hijo de puta.
Busqué trabajo durante meses, pero en ninguno duraba. Mi situación era desesperante. Y fue una noche que me crucé con Román, me ofreció trabajar para él y acepté.
Me consigue hombres, les doy sexo y me da el sesenta por ciento de la tarifa que el arregla.
Y así es como sobreviví estos últimos tres años Carla, me alcanza para vivir decentemente y digamos que he ahorrado un poco, aunque no es mucho tampoco. - dijo y calló.
Carla estaba completamente desorientada pues su prima, la más inteligente del colegio que se vino a Buenos Aires para progresar, era una puta.
Se angustió sobremanera y corrió a abrazar a Inés que estaba estaqueada a la silla.
¿Te gusta el trabajo Inés? -, le preguntó con timidez.
La mujer se encogió de hombros.
-Es un trabajo, les doy sexo, me pagan y se van. No puedo pensar si me gusta o no, en esta ciudad tenés que salir adelante o sino volver a tu pueblo. Y yo no quiero regresar. No puedo, no podría mirar a nadie a los ojos. Además, que haría allá, no sé -.
- ¿A ver Inés, hasta cuándo pensás que vas a vivir de esta forma? Ahora tenés treinta años y estás bien. ¿Y a los cincuenta qué? ¿Qué balance podrás hacer de tu vida? ¡Mil tipos que pasaron por tu vagina, mil cien, seiscientos?
¿Y qué pasó con los sueños de una vida apacible, estudios, casa, familia, hijos, viajes, amigos, asados, bailes en las fiestas del pueblo, una muerte digna y un buen entierro en el viejo cementerio donde están nuestros padres y abuelos? Decime –.
Inés comenzó a llorar y abrazo a su prima con una fuerza descomunal.
No hablaron más y lloraron juntas hasta quedarse dormidas.
Cuando el sol comenzó a entrar por las rendijas de la persiana se despertaron. Sonrieron al verse pues habían tenido tiempo de tomar la decisión.
Se vistieron y fueron a Retiro a comprar dos pasajes con destino a Salta.
Embriagadas de felicidad regresaron a la pensión donde hicieron las valijas tratando de llevarse todo lo posible que no era mucho.
Una mezcla de alegría y tristeza las embargaba a ambas, más a Inés pues esa había sido su vida, quizás equivocada, en los últimos años. Sabía que extrañaría Buenos Aires, es una ciudad que todos extrañan cuando se van.  
También se sintió agradecida, pues Carla la salvó de una vida que no debía ser. Al mismo tiempo, los sueños y las esperanzas la envolvían como un manto.
Quería regresar a su ciudad, a su casa, comenzar de nuevo.
Y Carla entendió que su viaje a Buenos Aires, no había sido para forjarse un futuro allí sino para construir un mañana con su hijo y su prima Inés en su querido pueblo…
Dos años después, Carla y Luis, su pareja, corren detrás del pequeño niño, por el cerro San Bernardo, acompañada por Inés y su esposo Ezequiel. Sus rostros de felicidad no mienten, saben que tomaron la decisión correcta.

Richard
07-05-20











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