sábado, 25 de abril de 2020

MADRE




La lluvia comenzó a caer en forma demencial sobre aquel pueblo.
Era todo agua, melancolía, truenos, temores, rayos y vientos mezclados que llegaban de los cuatro puntos cardinales para chocar entre ellos y estallar en pedazos.
Horas y horas lloviendo sin detenerse un instante. Los caminos se anegaron tornándose intransitables y el arroyo, de seguir lloviendo, desbordaría y pondría en peligro al ganado y la vida de todos. Los animales resistían como podían y las aves buscaban los recovecos más profundos de los árboles.
Inmediatamente llamaron a reunirse en la capilla para deliberar e idear el plan de emergencia.
Una vez allí, comenzaron a hablar todos al mismo tiempo; había quienes decían que había que rezar y pedir perdón, otros sostenían que Tupá había perdido la cordura y que esa locura desató el caos en la tierra y algunos maldecían a todo lo que se le cruzara.
Hasta que el más anciano tomó la palabra y todos callaron.
-Solo quiero decirles que lo que está ocurriendo no es natural, no es solo una gran tormenta, durará de acuerdo a lo que resolvamos acá, puede seguir lloviendo o la lluvia cesará, la luna resplandecerá en el cielo y la tranquilidad reinará otra vez. Nadie morirá, puedo asegurarlo -.
Dicho esto, el murmullo inquieto de la gente no se hizo esperar.
-Por favor, que haya calma. Si me permiten les contaré. Necesito me escuchen con atención –, dijo mientras los otros tres ancianos del Consejo, se acercaban a él.
-Gente, sabemos quién ha provocado esto. Solo está enojada pues nos hemos olvidado de alimentarla. No le hará daño a nadie. Es solo un escarmiento para nuestra memoria.
Y porque ocurrió algo similar hace setenta años atrás es que lo sabemos, - dijo.
Se detuvo para tomar aire, mirar a sus viejos amigos y comenzó a relatar la odisea.
-Aquel día era uno más, mañana cálida, gente trabajando, niños estudiando, motores funcionando.
Fue de pronto que el cielo azul se convirtió en un acorazado gris y la lluvia comenzó a arreciar sobre nuestro pueblo.  
Todos corrieron a refugiarse en sus casas a la espera de que pase el aguacero, pero las horas pasaban y el diluvio no cedía, incluso crecía en intensidad.
Fue entonces que los vecinos comenzaron a movilizarse. Se calzaron los pilotos, las botas para el barro y salieron, algunos a pie con palas y picos, otros en camionetas llevando bolsas de arena.
 A los costados del arroyo hicieron barricadas para contener el agua, en las puertas de los establos y graneros apilaron las bolsas con arena. También en los hogares.
Las mujeres mientras, se proveían de alimentos y leña por si debían pasar mucho tiempo sin poder salir de sus casas.
Pasó el primer día y la lluvia continuaba. Los rayos partían los árboles y cortaban cables, los truenos aterrorizaban a todos con sus bramidos, los vientos desatados obligaban a estar adentro y a atar muchas cosas que de otra forma se perderían en el campo.
Las mujeres y hombres corrían de un lado a otro para evitar el ingreso de agua por las puertas, ventanas y techos.
El segundo día fue igual, lluvia, viento, frio y desolación, sin tregua.
El ganado corría peligro de ahogarse pues el agua le llegaba al cuello, mientras que en las casas las oleadas hacían flotar muebles, utensilios y juguetes ya que el arroyo había desbordado a pesar de las barricadas colocadas.
Al tercer día, la situación estaba en su límite.
Comenzaron a subirse a los techos de las casas y protegerse con mantas por la lluvia pues dentro de las viviendas todo flotaba, el agua había llegado al metro y medio.
Las mujeres seguían rezando encomendando sus almas a Dios.
Ateridos de frío, con hambre y mucha angustia, aguardaron el final.
Pero de pronto la lluvia cesó, las nubes se disiparon y un cielo oscuro y limpio con la luna blanca como la nieve quedó al descubierto. El agua escurría a una velocidad inusual y los vientos eran cálidos.
Nadie entendía lo que ocurría mas no importaba; comenzaron a agradecerle a Dios a pesar que no era él justamente el causante de aquel alivio. Se quedaron toda la noche trabajando en la limpieza de sus casas.
Al amanecer el pueblo aún era un barrial, pero solo eso.
Comenzaron a trabajar en la subestación para tener energía eléctrica lo más rápido posible. Y siguieron trabajando juntos para recuperar su pueblo.
Al atardecer iluminaron con fogatas las casas y juntaron mucha leña para alimentar las salamandras, las estufas y la cocina. En cada puerta del lado de afuera habían dejado también piras encendidas y dejaron dos cada cincuenta metros en el medio de la calle que atravesaba el pueblo.
Muy cansados se hallaban cuando escucharon de pronto una voz cantando una vieja canción en un idioma antiguo.
Al salir de sus casas, la vieron. Caminaba lento por el centro de la calle, con sus cabellos negros rozando la tierra. Era retacona y sus rasgos indígenas eran marcados.
Algunos la reconocieron. La llaman la Madre Tierra, otros Gaia, Pachamama, Akna, Bunoo, Papa entre otros nombres. Depende del lugar donde se la encuentra.
Esa vieja canción que escucharon hablaba de una mujer que les brindaría tranquilidad, paz y prosperidad, siempre. También fertilidad y fecundidad para todos.
Y a cambio de sus favores solo quería le den de comer y de beber a la tierra pues su hambre y su sed son constantes.  
Se detuvo y el pueblo entero hizo un circulo alrededor de ella.
Y fue que habló. Lo hizo con amor y comprensión. Nos dijo que nos ayudaría a reconstruir todo y que la prosperidad no se detendría nunca, solo quería bebida y comida una vez al mes.
Era su única condición. Dicho esto, desapareció en la vasta oscuridad del campo.
Nos habíamos olvidado de ella, de la promesa que le habían hecho nuestros padres, ciento cincuenta años atrás. La tormenta fue para que recordáramos.
Y hoy está ocurriendo otra vez. Hace más de un año que no le ofrendamos nada a la Madre Tierra, nos olvidamos, nos volvimos egoístas pues no damos nada, no agradecemos y queremos que nos den sin pedir. Y terminamos llorando como niños y maldiciendo ante una tormenta de agua, relámpagos y viento.
Por eso, esta misma noche le daremos de comer y beber a la tierra. Luego iremos a dormir y mañana nos reuniremos nuevamente-.
Dicho esto, dejó de llover y escucharon una vieja canción que provenía de algún lado.
Nadie más habló y silenciosamente se fueron cada uno a sus casas, dejando en la puerta, comida, bebida, hojas de coca y cigarros.
Al amanecer del día siguiente, todo el pueblo al mismo tiempo salió a la calle.
Y nadie podía creer lo que estaba viendo; el otrora caos hasta la noche anterior había desaparecido. En su lugar, las calles estaban limpias, sin fango. Las tierras con sus plantaciones, las huertas, arboledas y nogales centenarios brillaban. El arroyo estaba en su cauce, los animales parecían sonreir
Todos miraron a la tierra y agradecieron a su Madre lo que les había regalado y prometieron nunca más olvidarse de alimentarla.
Y el pueblo pequeño, próspero y pujante es hoy una de las ciudades más importantes del país. De generación en generación se pasó el ritual y hasta se abrió un libro que se encuentra en el museo del lugar donde consta cada vez que se cumple con la promesa dada a la Madre Tierra.

Richard
23-04-20





  

viernes, 10 de abril de 2020

EL PRIMER DÍA


                                


Mis pensamientos me habían llevado a intrincados refugios de historias pasadas en esa fría y desolada noche en la Estación de trenes.
A pesar de no saber dónde me encontraba, reconocí una voz del más allá que informaba sobre la partida y a una sirena estridente que despertó a las palomas obligándolas a levantar un vuelo algo errático, debido a la somnolencia.
Me levanté del banco de cemento con bríos, pues mi espíritu estaba reconfortado, fortalecido por las palabras que me había regalado María un rato antes.
Las únicas sombras que existían eran las de la noche, para mí.
Avancé con paso decidido por el andén y una vez en el vagón, busqué mi asiento. Cuando lo hallé, acomodé mi bolso en el portaequipaje y me senté en la butaca que daba a la ventanilla.
Sentí un estremecimiento muy fuerte en todo el cuerpo cuando comenzamos a movernos.
Los sentimientos y las sensaciones se entremezclaron con violencia; emoción, dolor, amor, incertidumbre, miedo, valor, esperanza. Y hambre, tenía hambre y mucha por lo que me dirigí al vagón comedor. Una vez allí, miré los precios en la pizarra con detenimiento.
Me quitaron las ganas de comer y me fui.
Recurrí entonces a un vicio que estaba iniciando y que no abandonaría por casi treinta años, encendí un cigarrillo y me senté en el piso cerca de una de las puertas de acceso.
Allí me entregué una vez más a mis devaneos y ensoñaciones, a mis recuerdos y a mis proyectos.
Cuando apagué el tercer cigarrillo regresé a mi asiento para intentar dormir pues mi reloj me indicó que eran las tres de la mañana.
Comencé a mirar por la ventana. El movimiento cadencioso del tren y el sonido metálico de las ruedas sobre los rieles tuvo un efecto relajante.
El campo azul, iluminado por una soberbia luna llena y los animales echados en la hierba, dormitando, serían un recuerdo para toda la vida.
Era fascinante ver las casas dispersas por la vasta extensión de tierra con caminos de piedras, faroles y tranqueras cerradas.
Muchas se encontraban totalmente a oscuras en su interior mientras otras estaban iluminadas por una luz amarilla, débil. Cada tanto veía caer alguna estrella, o al menos eso creía.
También luces que bajaban del cielo a velocidades increíbles y se perdían en el horizonte oscuro. Por la ruta se podían ver algunos camiones, pocos autos y alguna camioneta tuerta que iba por la ruta a baja velocidad.
Luego de un rato, mis párpados no resistieron más su peso y comenzaron a bajar sobre mis ojos.
Me desperté sobresaltado siendo de día. El sol entraba por la ventana sin ningún tipo de escrúpulo. Me di cuenta que el cansancio y la tensión por todo lo vivido habían hecho mella en mi cuerpo ya que de otra forma no se entendía como pude estar dormido con el sol dando de lleno en mi cara.
Miré mi reloj y eran las diez de la mañana. Faltaban dos horas tan solo para llegar y encontrarme con ella. Mi ansiedad y alegría no cabían en mi cuerpo.
Y recordando sus palabras me di cuenta que tenía razón, cuando me dijo que las luces del nuevo día iluminarían mi día.
Estaba de buen ánimo, las tristezas habían quedado a miles de kilómetros. Estaba feliz por el reencuentro con la persona que más amaba en el mundo y era optimista con el futuro. Atrás había quedado una historia familiar trágica pero que a los veinte años no podía ni debía detenerme en esta aventura que es vivir. 
Mi corazón estalló cuando el Guarda del tren anunció por los altoparlantes que a las doce horas aproximadamente, estaríamos arribando a destino. Nervioso miré otra vez mi reloj.
Tomé mi bolso y lo abracé muy fuerte pues lo que había allí adentro era lo único que quedaba de mi vieja vida, algo de ropa, unos pocos pesos, algunos libros y fotografías del pasado.
Pasadas las doce, el tren aminoró su marcha al entrar en la Estación. Al contrario de mi corazón que aceleró su ritmo de manera desenfrenada.  
Fui hasta la puerta, la abrí y me asomé para verla, aguardándome.
Miré hacia la muchedumbre que se encontraba allí, más no la veía. Y seguí buscándola con la vista hasta que de pronto, entre la multitud, vi a una hermosa joven con sus brillantes cabellos negros y enormes ojos color café, corriendo, saltando, mirando, intentando encontrarme.
No pude esperar a que se detuviera totalmente el tren y me lancé al andén para salir corriendo a su encuentro.
Todo se detuvo en el momento que nos abrazamos. El viento dejó de volar, el agua de correr, el fuego de arder, el planeta de girar. El tiempo detuvo sus las manecillas de los relojes y el sol y la luna estuvieron juntos en el cielo.
La levanté en el aire mientras nos besábamos emocionados.
Cuando la dejé en el piso otra vez, nos miramos a los ojos empapados en lágrimas blancas.
Era algo más que amor. Era algo místico, mítico, divino, puro, noble para nuestros veinte años de edad o mil años de nuestras almas.
Logramos fundir nuestros cuerpos en esos abrazos, en esos besos, se entrelazaron nuestras almas con una fuerza poderosa, original.
De pronto nos dimos cuenta que estábamos solos en la Estación, todos se habían ido, solo un viejo perro callejero había quedado que nos miraba como solo un perro puede hacerlo.
Fue entonces que nos tomamos de la mano y felices nos perdimos en la antigua calle de tierra que nos llevaba a la casa de la montaña donde viviríamos los tres.
Nuestra historia había dado comienzo.

Richard
10-04-20

viernes, 3 de abril de 2020

HISTORIAS DE LA ETERNIDAD


                                      


A muchos años de aquel día vivo en la playa, en mi vieja cabaña.
No estoy solo, mi perro me acompaña y me cuida.
Mis libros me regalan cientos de vidas pasadas y futuras
y mis historias me llevan a conocer el mundo y el espacio.

El fuego me da calor, el viento me refresca.
El agua calma mi sed, la luna mi ansiedad.
El sol me fortalece, el olvido me cura.
Las cicatrices desaparecen bajo capas de soledad.

Camino por la arena hasta perderme en la inmensidad.
Más las gaviotas me enseñan el camino de regreso.
La tierra y el mar me dan el sustento, no tengo hambre.
Tengo lo que necesito pues el planeta me lo da.

En aquel lejano día, el tiempo se detuvo para mí.
Fue cuando ella abrió la puerta y se fue.
Solo sombras, gritos y demonios quedaron.
Conviví con ellos y me atormentaron hasta que decidí olvidar.  

Ya no recuerdo su rostro, sus ojos, sus manos,
no recuerdo su voz, su sonrisa, su tristeza.
Yo no quise quedarme con su recuerdo.
Ella no querría la recordara y cumplí.

Ahora es solo un pequeño punto en el Universo eterno.
Sin nombre ni historia, sin cuerpo, sin alma.
Recuperé mi tiempo y hago con él lo que quiero.
Vivo, leo, escribo y camino con mi perro bajo un cielo estrellado,

mientras la luna me cuenta historias de la eternidad.

Richard
02-04-20