Milagros está dormida; sueña con un solitario bosque.
Está caminando y en un momento, de la nada surgen hombres y mujeres que sabe que conoce
pero no recuerda sus nombres.
Más cuando quiere hablarles, éstas se desvanecen delante de
sus ojos. Observa sin inmutarse.
Continúa su camino por un sendero iluminado por algo mas que el sol.
Recorre un trecho y cansada, se sienta a la vera de un
arroyo de aguas cristalinas.
Con la vista perdida en el lecho del mismo se relaja hasta
cerrar los ojos.
Más al abrirlos encuentra
un pequeño cofre, viejo, antiguo sobre su regazo. No sabe cómo llegó allí.
Al abrirlo encuentra viejas fotografías por lo que las toma y
comienza a ordenarlas.
Sabe que debe hacer con ellas aunque aún desconoce el motivo.
Toma la primera foto: en ella, una joven mujer con un
vestido verde está sentada en el banco del viejo parque sosteniendo a una bella
niña enfundada en un inmaculado vestido blanco.
-¡Mamá!- grita a viva voz.
Y deja la fotografía boca abajo sobre el cofre.
Toma la segunda y en esta la niña ahora es adolescente y el
instante es un beso robado a su primer novio.
-¡Juan!- dijo con la
voz quebrada por la emoción.
En la tercera, la adolescente, mujer ya, en el día de su
casamiento con Rodolfo, el amor de su vida.
Se reconoce, lo reconoce, también a la rústica capilla pero
le resulta confuso el recuerdo.
En la cuarta se retrata el dolor que debió padecer para dar
a luz a su primer y único hijo, Facundo.
La deja encima de las otras.
En la quinta, la mujer está vestida de negro, frente a dos
tumbas en el cementerio; está despidiéndose de sus padres, muertos en un
accidente.
En la sexta no hay nada, una blancura ceremonial, pura,
inmaculada. Se queda embelesada observando la perfección del blanco.
Ensimismada en sus pensamientos, se sobresalta cuando
escucha la voz de Rodolfo.
Lo busca mirando en todas direcciones pero no lo encuentra.
Otra vez escucha:
-Milagros, levanta la vista, observa el sendero y avanza por
favor.-
Le hace caso y se concentra en un punto brillante al final
del camino que casi la ciega.
Con sumo esfuerzo logra ver como comienza a delinearse la
silueta de su amado esposo caminando hacia ella.
Ahora llora, entiende, todo se torna claro, está segura.
Contempla por última vez la luna, eterna prisionera del Cielo enamorado.
-Te extrañaré, has iluminado todas las noches de mi vida...tu
magia es infinita.- dijo y comenzó a llorar.
Rodolfo se acercó y la abrazó con todo el amor de que era
capaz. Y le dijo:
-No llores mi amor, es un momento feliz, ya he estado aquí,
esta no es la frontera, no es el fin, es solo una puerta que debemos atravesar.
¿Vamos Milagros?- le preguntó.
Ella asintió con una sonrisa.
El abrazo los unió siendo otra vez solo uno, la calidez del beso la
estremeció y el calor de la mano de su esposo sobre la suya la emocionó.
Caminar hacia la eternidad la enamoró para siempre.
F I
N
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