Mientras
manejaba recordaba la foto de su perfil: una sonrisa espléndida, franca,
cristalina, un largo cabello negro cayendo sobre sus hombros, ojos color azul
profundo como el océano.
Ana
era su nombre y había alimentado mis más profundos deseos en los últimos meses.
Al
llegar dejé las llaves en manos del valet para que lo estacionara.
Ingresé
al salón de fiestas con la sola idea de encontrarla; avancé entre la multitud
que se había congregado en aquel evento.
Saludé
a algunos colegas, también a otros que me saludaron sin yo saber quiénes eran.
Aunque
poco me importaba.
Continué
mi camino y de pronto la vi, conversando en un rincón con alguien más.
Avancé
hacia ella; mi corazón latía con la furia de mil caballos, mis músculos se
pusieron tensos…estaba nervioso.
En
un momento ella desvió su vista hacia mí. Me pareció que también ansiaba el
encuentro. No dejamos de mirarnos. Comenzó a caminar enfundada en un brevísimo
y ajustado vestido negro, su andar era cadencioso, magnifico, sus piernas
desnudas parecían talladas por el mejor de los artesanos, su sonrisa era radiante
y sus ojos azules brillaban bajo las luces del salón.
Un
cálido abrazo nos unió y un beso muy cerca de los labios encendió la pasión.
Fue inmediato.
-Al
fin nos conocemos.- me dijo con una voz envolvente que me erizó la piel.
-Cuando
estemos los dos solos, allí Ana y solo allí, nos conoceremos realmente.- respondí
con un tono ameno pero muy seguro de lo
que quería.
Sonrió.
Me miró a los ojos y se quedó en silencio.
-¡No
pierdes el tiempo! Bien, te imaginé así.-
La
sonrisa fue mía ahora.
-Vamos
Ana, a tu departamento o al mío.- le dije con un tono casi religioso.
Fue
entonces que fue hasta el guardarropa, allí pidió su cartera y regresó con
algo.
Me
tomó la mano y dejó depositada allí dos llaves.
-Aquí
al lado, sexto “A”. Aguárdame allí.-
Mientras
me iba, saludé otra vez a mucha gente que no conocía.
Ya
en la calle fría y casi silenciosa caminé unos pocos pasos hasta el edificio.
Tomé
el ascensor y llegué al departamento.
Entré
y encendí las luces. La fantasía que me provocó ese momento, era salvaje.
Busqué
y encontré en el refrigerador, una botella de champagne.
La
tomé y con dos copas fui al cuarto de Ana, dejé todo en una pequeña mesa y me
senté en la cama a esperarla.
A
los pocos minutos escuché como la puerta del departamento se abría. El taconeo de
Ana sobre el parqué se escuchaba por demás sensual.
De
pronto cesó y la voz de Sade y el sonido de un hipnótico saxo inundó todo el
lugar.
Se
quedó parada en la puerta del cuarto. No hablamos. Solo nos miramos. Quería
abalanzarme sobre ella como un niño torpe pero mi experiencia primó sobre mis
impulsos salvajes. Me levanté de la cama y comencé a avanzar hacia ella quedando
ambos a un metro de distancia. Las vibraciones cruzaban el aire, la tensión
sexual era infinita, celestial,
Sin
quitarme la vista, hizo un leve y grácil movimiento que provocó la caída al
piso de su breve vestido.
Su
total desnudez me provocó sensaciones y sentimientos distintos a los conocidos.
Extendí
mi brazo y con suma delicadeza rocé su pezón rosado con mis dedos.
Su
gemida protesta sonó musical en mí.
Comenzó
a desnudarme, sin prisa, lento, rítmico, suave.
Ya
estábamos desnudos ambos…era hora de conocernos.
Pegamos
nuestros cuerpos y nos fundimos en un abrazo sobrenatural, como queriendo ser
otra vez solo uno.
Nuestras
bocas se buscaron con enorme pasión, nuestras lenguas se reconocieron y
recorrieron cada milímetro de su interior.
Sus
senos estallaban en mi pecho como fundiéndose.
Las
manos buscaban la piel del otro para regalarse todo el placer. No podíamos detenernos.
Nos caímos juntos a la cama.
Una
vez allí Ana quedó tendida, sedienta de placer. Sus piernas abiertas eran la ofrenda
que tanto ansiaba. Su súplica me colmaba de emoción.
Me
acosté a su lado y comencé a recorrer cada poro de su cuerpo con mi boca. Al
llegar a sus senos, levemente caídos, reales, maravillosos, no pude evitar
detenerme. Mi lengua sintió el gusto a miel de sus pezones turgentes.
Seguí
bajando y llegué a su vientre, tan capaz de albergar vida, como de brindar
dulzura, y amor a quien lo besara.
Al
llegar a su vulva, brillante y ansiosa de placer, la rocé con mis labios y al
escuchar sus gemidos me di cuenta que era el momento.
Me
acomodé encima de ella y busqué su interior.
El
delicioso calor de su vulva, su exquisita humedad me llevó a gozar un éxtasis
supremo.
Los
gemidos reclamantes de Ana obligaron a profundizar la pasión desatada.
Comenzamos ambos a sentirnos cercanos el estallido de estrellas, al momento
donde el universo se detiene, ese único momento que es cuando los amantes se
convierten en uno solo pues lo que le falta a ella es él y lo que le falta a él
es ella...
El
radio reloj marcaba las siete de la mañana. El locutor que recomendaba abrigarse
ya que la temperatura era en cinco grados.
Me
levanté veloz de la cama y me di una ducha.
Bajé
a tomar el desayuno con mi esposa, fiel compañera de muchos años, demasiados
quizás. Ya en mi auto rumbo a la oficina recordé el sueño.
La
sonrisa se había instalado en mi rostro.
F I N
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