Corrían los
primeros días del mes de diciembre del año mil novecientos cincuenta dos en la mítica
ciudad de Londres.
Un fuerte y
aterrador frío había llegado. Esto hizo que la población quemase mucho más
carbón para calentarse.
Además, la mayor
inversión térmica, causada por una densa masa de aire frío, impedía que el humo
y las partículas del carbón se elevaran hacia el cielo y se despejara la
ciudad.
La Gran Niebla, como
se la llamó en aquel entonces, cubrió Londres y fue uno de los peores impactos
ambientales hasta la fecha pues causó la muerte de doce mil londinenses y enfermó
a más de cien mil personas.
Los hospitales
colapsaron dada la enorme cantidad de personas que acudían por sus
inconvenientes al respirar y también para ver.
Las calles se
tornaron intransitables dada la escasa visibilidad.
Mientras que los
delincuentes y asesinos la usaron para llevar a cabo sus delitos.
En las casas de la
aristocracia faltaba personal doméstico para sacar de los muebles el hollín que
se metía por todas las hendiduras existentes.
Barbijos,
echarpes, pañuelos, todo servía para protegerse de la ingestión de la niebla
que estaba matando sin piedad.
Y fue en una de
las peores mañanas de diciembre que las niñas, Cadence y Amelie les pidieron a
sus padres, ir a la juguetería Hamleys.
Eran las hijas de
un importante y acaudalado industrial y de una actriz que se había retirado
para tener a sus hijas. Había llegado a trabajar con Ava Gardner en un film.
Vivían en las
afueras de Londres, en uno de los barrios más aristocráticos de la época.
Teniendo en cuenta
que las pequeñas rara vez salían y que su aplicación al estudio era por demás
satisfactorio, es que su madre decidió acceder por lo que llamó al chofer.
-Lleva a las niñas
hasta la juguetería, aguárdalas el tiempo que sea y tráelas nuevamente a casa Luther,
- le pidió Florence, a este noble inmigrante alemán que había llegado a
Inglaterra para alejarse de la guerra.
Mientras el hombre
preparaba el auto, las niñas se cambiaron de ropas con rapidez y le pidieron
dinero a la madre.
-Por favor Amelie,
tú eres la mayor, pues tienes trece años ya. Diviértanse, compren lo que les
guste y por favor no le quites los ojos de encima a tu hermana, - dijo.
A continuación,
las besó y las despidió en la puerta.
Cuando se abrió el
portón principal y el coche se internó en el estrecho camino que llevaba a la
ruta, el corazón de las niñas latía fuertemente.
Mirando la bella
campiña inglesa por las ventanillas, transcurrió el viaje hasta la juguetería.
Al llegar, Luther las dejó en la puerta de la misma y les indicó el lugar con
lujo de detalles del lugar donde se encontraría estacionado, aguardándolas. Era
a setenta metros de Hamleys.
Felices las niñas
entraron casi corriendo al lugar y quedaron fascinadas con aquel mundo de
sueños y fantasías.
Autos y trenes
eléctricos, casas de muñecas, juegos de mesa, animales de todo tipo,
instrumentos musicales. Caminaron embelesadas hasta que llegaron a la sección
de muñecas.
Allí se
encontraron con un bebé, una niña o una mujer hecha de madera, cartón, trapo,
plástico, también de madera, porcelana.
De todos los
tamaños, pequeñas y gigantes, de todas las profesiones, la doctora y la ama de
casa. La niña vestida para soportar el frio y otra para el calor.
Perdieron la
noción del tiempo. Era tal la cantidad que no podían elegir. Cadence quería
llevarse todas.
Luego de un buen
rato, se decidieron y llevaron tres muñecas cada una. Amelie compró una armónica,
además.
Al llegar a la
caja pagó con el dinero que le había dado su madre y salieron de la tienda
felices como nunca.
Más al llegar a la
puerta se detuvieron pues la niebla había echado anclas en el centro de Londres
y no tenía intenciones de irse. Su densidad y su oscuridad estaba fuera de
control.
Las niñas se
colocaron sus barbijos y caminaron hacia el auto donde las aguardaba Luther,
quien se encontraba apoyado en el capo, fumando un cigarrillo y conversando con
un policía a pesar de la poca visibilidad.
Las niñas
siguieron su camino casi a tientas, tocando las paredes y esquivando personas
que asoladas caminaban con prisa para llegar a sus casas, casi al borde de la
desesperación.
A pesar de lo malo
de la situación, las hermanas no perdían la tranquilidad. Su madre había
trabajado muy bien este tipo de situaciones con ellas. Sabían que no debían
perder la calma y rozar con sus manos las paredes en caso de no ver nada hacia
adelante.
Presentían que
eran pocos los metros que las separaban del chofer por lo que la menor gritó su
nombre.
Aguardaron la
respuesta más esta no llegó. Fue Amelie la que gritó y más fuerte.
- ¿Por qué gritan
niñas? No hace falta pues, aunque soy viejo no soy sordo, - fue la respuesta de
alguien detrás de la niebla.
Sorprendidas, se
tomaron de las manos fuertemente. Fue la mayor que preguntó.
-Quien es usted?
¿Dónde está? No vemos nada y no encuentro la pared que rozaba con mi dedo, -
-Niñas, niñas,
están en mi juguetería, a ver, a ver, que las ayudo con la niebla, - respondió.
Inmediatamente
notaron que la niebla comenzaba a disiparse de a poco. Luego de unos minutos
todo se aclaró y aquella voz no les había mentido, estaban en una vieja
juguetería de barrio y el vendedor estaba de pie frente a ellas con una
sonrisa.
Muy amable les
preguntó.
- ¿Están bien, se
encuentran bien?
Las hermanas no
respondieron, estaban algo confundidas.
-Bien, creo que
están bien por lo que corresponde les dé la bienvenida a la juguetería más
antigua del mundo. Mi nombre es Murat, es de origen turco y significa “Deseo
hecho realidad".
Ahora bien,
díganme a que debo el placer de su visita. -
-No sabemos señor
como llegamos aquí, no era nuestra intención entrar en su juguetería, solo
estábamos caminando hacia donde se encontraba Luther para llevarnos a casa. -
- ¿Quién es
Luther? Preguntó.
-El chofer de la
familia, es alemán, - respondió Cadence algo nerviosa.
-Bueno, tengan
calma que les contaré como llegaron hasta acá pero antes permítanme contarles
la historia de esta juguetería.
Quizás han
escuchado que en la tumba de un niño que vivió durante la Edad de Bronce,
hallaron una miniatura de carroza con cuatro ruedas. Ese juguete tiene cinco
mil años de antigüedad.
Bien, esa carroza
la creamos en esta juguetería que se fundó por aquella época, no recuerdo
exactamente el día o el año. Turquía fue el lugar elegido por los dueños.
Después de muchos
años allí, comenzamos a mudarnos y si no me equivoco, estuvimos en casi todas las
ciudades del mundo. Hasta llegar a Londres. ¿Mañana? ¿Quién puede saber dónde
estaremos mañana?
Esa es, en pocas
palabras, la historia de este lugar.
Y ustedes quieren
saber cómo es que están aquí ¿Cierto?,- preguntó. Las niñas asintieron con la cabeza.
-Pues bien. La
niebla las trajo, las abrazó, las tomó de la mano y entraron.
Quiero decirles
que no corren ningún tipo de peligro, no deben preocuparse por nada.
La juguetería
desea ser recorrida y amada por los niños de todo el mundo, necesita ese amor,
se nutre pues fue creada con el amor de los dioses hacia los seres humanos.
Adelante,
adelante, caminen, recórranla, tenemos siete pisos con juguetes de toda clase y
para toda edad. Piensen que durante más de cinco mil años estuvimos creando juguetes.
Vayan, vayan, que
le pediré a mi esposa les preparé un té para comer con los Gingerbread Men, -
dijo feliz y amable.
Las niñas dudaron,
pero luego la curiosidad y la ansiedad por recorrer aquel paraíso de juguetes
pudo más…
Mientras tanto, en
la Londres castigada en aquellos años, la búsqueda de las niñas perdidas no se
detenía.
Pero pasados tres
años, la policía cerró el caso. DESAPARECIDAS era la carátula en el expediente.
Los padres no se
resignaron y continuaron la búsqueda.
Al cabo de unos años,
toda la fortuna que había amasado la familia, la gastaron en detectives
privados, militares, políticos, médiums, astrólogos y videntes.
Quedaron en la
calle, pidiendo limosna en la misma acera donde habían desaparecido Cadence y
Amelie.
Al mismo tiempo,
pero en otro lugar, ni lejos ni cerca, las niñas seguían recorriendo metro a
metro aquel cielo para niños.
Richard
18-03-20
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