La
lluvia comenzó a caer en forma demencial sobre aquel pueblo.
Era
todo agua, melancolía, truenos, temores, rayos y vientos mezclados que llegaban
de los cuatro puntos cardinales para chocar entre ellos y estallar en pedazos.
Horas
y horas lloviendo sin detenerse un instante. Los caminos se anegaron tornándose
intransitables y el arroyo, de seguir lloviendo, desbordaría y pondría en
peligro al ganado y la vida de todos. Los animales resistían como podían y las
aves buscaban los recovecos más profundos de los árboles.
Inmediatamente
llamaron a reunirse en la capilla para deliberar e idear el plan de emergencia.
Una
vez allí, comenzaron a hablar todos al mismo tiempo; había quienes decían que había
que rezar y pedir perdón, otros sostenían que Tupá había perdido la cordura y
que esa locura desató el caos en la tierra y algunos maldecían a todo lo que se
le cruzara.
Hasta
que el más anciano tomó la palabra y todos callaron.
-Solo
quiero decirles que lo que está ocurriendo no es natural, no es solo una gran
tormenta, durará de acuerdo a lo que resolvamos acá, puede seguir lloviendo o
la lluvia cesará, la luna resplandecerá en el cielo y la tranquilidad reinará
otra vez. Nadie morirá, puedo asegurarlo -.
Dicho
esto, el murmullo inquieto de la gente no se hizo esperar.
-Por
favor, que haya calma. Si me permiten les contaré. Necesito me escuchen con atención
–, dijo mientras los otros tres ancianos del Consejo, se acercaban a él.
-Gente,
sabemos quién ha provocado esto. Solo está enojada pues nos hemos olvidado de
alimentarla. No le hará daño a nadie. Es solo un escarmiento para nuestra
memoria.
Y
porque ocurrió algo similar hace setenta años atrás es que lo sabemos, - dijo.
Se
detuvo para tomar aire, mirar a sus viejos amigos y comenzó a relatar la
odisea.
-Aquel
día era uno más, mañana cálida, gente trabajando, niños estudiando, motores
funcionando.
Fue
de pronto que el cielo azul se convirtió en un acorazado gris y la lluvia
comenzó a arreciar sobre nuestro pueblo.
Todos
corrieron a refugiarse en sus casas a la espera de que pase el aguacero, pero las
horas pasaban y el diluvio no cedía, incluso crecía en intensidad.
Fue
entonces que los vecinos comenzaron a movilizarse. Se calzaron los pilotos, las
botas para el barro y salieron, algunos a pie con palas y picos, otros en
camionetas llevando bolsas de arena.
A los costados del arroyo hicieron barricadas
para contener el agua, en las puertas de los establos y graneros apilaron las bolsas
con arena. También en los hogares.
Las
mujeres mientras, se proveían de alimentos y leña por si debían pasar mucho
tiempo sin poder salir de sus casas.
Pasó
el primer día y la lluvia continuaba. Los rayos partían los árboles y cortaban
cables, los truenos aterrorizaban a todos con sus bramidos, los vientos
desatados obligaban a estar adentro y a atar muchas cosas que de otra forma se
perderían en el campo.
Las mujeres
y hombres corrían de un lado a otro para evitar el ingreso de agua por las
puertas, ventanas y techos.
El
segundo
día fue igual, lluvia, viento, frio y
desolación, sin tregua.
El
ganado corría peligro de ahogarse pues el agua le llegaba al cuello, mientras que
en las casas las oleadas hacían flotar muebles, utensilios y juguetes ya que el
arroyo había desbordado a pesar de las barricadas colocadas.
Al tercer
día, la situación estaba en su límite.
Comenzaron
a subirse a los techos de las casas y protegerse con mantas por la lluvia pues
dentro de las viviendas todo flotaba, el agua había llegado al metro y medio.
Las
mujeres seguían rezando encomendando sus almas a Dios.
Ateridos
de frío, con hambre y mucha angustia, aguardaron el final.
Pero
de pronto la lluvia cesó, las nubes se disiparon y un cielo oscuro y limpio con
la luna blanca como la nieve quedó al descubierto. El agua escurría a una
velocidad inusual y los vientos eran cálidos.
Nadie
entendía lo que ocurría mas no importaba; comenzaron a agradecerle a Dios a
pesar que no era él justamente el causante de aquel alivio. Se quedaron toda la
noche trabajando en la limpieza de sus casas.
Al amanecer
el pueblo aún era un barrial, pero solo eso.
Comenzaron
a trabajar en la subestación para tener energía eléctrica lo más rápido
posible. Y siguieron trabajando juntos para recuperar su pueblo.
Al
atardecer iluminaron con fogatas las casas y juntaron mucha leña para alimentar
las salamandras, las estufas y la cocina. En cada puerta del lado de afuera
habían dejado también piras encendidas y dejaron dos cada cincuenta metros en
el medio de la calle que atravesaba el pueblo.
Muy
cansados se hallaban cuando escucharon de pronto una voz cantando una vieja
canción en un idioma antiguo.
Al
salir de sus casas, la vieron. Caminaba lento por el centro de la calle, con sus
cabellos negros rozando la tierra. Era retacona y sus rasgos indígenas eran marcados.
Algunos
la reconocieron. La llaman la Madre Tierra, otros Gaia, Pachamama, Akna, Bunoo,
Papa entre otros nombres. Depende del lugar donde se la encuentra.
Esa
vieja canción que escucharon hablaba de una mujer que les brindaría tranquilidad,
paz y prosperidad, siempre. También fertilidad y fecundidad para todos.
Y a cambio
de sus favores solo quería le den de comer y de beber a la tierra pues su
hambre y su sed son constantes.
Se
detuvo y el pueblo entero hizo un circulo alrededor de ella.
Y
fue que habló. Lo hizo con amor y comprensión. Nos dijo que nos ayudaría a
reconstruir todo y que la prosperidad no se detendría nunca, solo quería bebida
y comida una vez al mes.
Era
su única condición. Dicho esto, desapareció en la vasta oscuridad del campo.
Nos
habíamos olvidado de ella, de la promesa que le habían hecho nuestros padres,
ciento cincuenta años atrás. La tormenta fue para que recordáramos.
Y hoy
está ocurriendo otra vez. Hace más de un año que no le ofrendamos nada a la
Madre Tierra, nos olvidamos, nos volvimos egoístas pues no damos nada, no
agradecemos y queremos que nos den sin pedir. Y terminamos llorando como niños
y maldiciendo ante una tormenta de agua, relámpagos y viento.
Por
eso, esta misma noche le daremos de comer y beber a la tierra. Luego iremos a
dormir y mañana nos reuniremos nuevamente-.
Dicho
esto, dejó de llover y escucharon una vieja canción que provenía de algún lado.
Nadie
más habló y silenciosamente se fueron cada uno a sus casas, dejando en la
puerta, comida, bebida, hojas de coca y cigarros.
Al
amanecer del día siguiente, todo el pueblo al mismo tiempo salió a la calle.
Y
nadie podía creer lo que estaba viendo; el otrora caos hasta la noche anterior había
desaparecido. En su lugar, las calles estaban limpias, sin fango. Las tierras con
sus plantaciones, las huertas,
arboledas y nogales centenarios brillaban. El arroyo estaba en su cauce, los
animales parecían sonreir
Todos
miraron a la tierra y agradecieron a su Madre lo que les había regalado y
prometieron nunca más olvidarse de alimentarla.
Y el
pueblo pequeño, próspero y pujante es hoy una de las ciudades más importantes
del país. De generación en generación se pasó el ritual y hasta se abrió un
libro que se encuentra en el museo del lugar donde consta cada vez que se
cumple con la promesa dada a la Madre Tierra.
Richard
23-04-20