Fue en tiempos
inmemoriales, sin recuerdos y sin historias,
que escribí las
dos palabras en tu angelada alma.
Solo ella puede
recordar el lugar y el momento.
Contemplábamos el
océano profundo desde un perenne acantilado.
Luego besaste mi
alma y escribiste dentro de ella.
Nos besamos
secretamente y el cielo se encendió de estrellas.
La luna nos miraba
emocionada y los ángeles nos acompañaban,
mientras el viento
llevaba nuestro amor hacia algún lugar sin nombre.
-Es el amor que
nos enseña a olvidar la soledad, - gritaste.
-Te amaré hasta
que la eternidad nos cobije en su infinito seno, - grité.
-En cada vida te
encontraré y tomaré tu mano, - gritaste.
-No soltaré tu
mano en vida, tampoco en la muerte, - grité.
Y el tiempo se
despertó y el espíritu de la vida se alzó.
Aprendimos a
enterrar nuestra sangre en la tierra,
en épocas de
imperios que se derrumbaban y reyes que caían.
Atravesamos
acertijos, desafíos y laberintos en cada era, juntos.
Y hoy, miles de
años después, nos encontramos en el mismo acantilado.
El cielo está más
azul y las estrellas más fulgurantes.
El viento nos
envuelve con una caricia ancestral.
La luna y el sol
están juntos, amándose.
Y desnudos sobre
la hierba comenzamos a hacer el amor.
Más cuando éramos
uno, sentimos como el aire nos mecia suavemente,
llevándonos hacia
aquel lugar que soñamos la primera vez.
El placer era
infinito y abrazados siendo uno, nos quedamos así.
Para siempre…
Richard
03-01-20
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