Fueron muchos los años que debimos esperar
para viajar al lugar más soñado por Delia.
Ella planeó el viaje a Florencia con
minuciosidad pues quería fuera perfecto, el más recordado de nuestras vidas.
Había leído la increíble historia del
Dante y Beatrice de muy pequeña y desde entonces quería conocer aquel santuario
para dejar su carta, pidiendo por nuestro amor, por su eternidad.
Ya en la bella e icónica ciudad gozábamos cada
instante allí, revivir la historia de Florencia era único e inenarrable.
Pasaron varios días sin darnos respiro en
conocer cada rincón de la cuna mundial del arte y la arquitectura.
Una noche salimos del hotel para caminar
por la ciudad y llegamos a un bello e histórico puente.
Noté a Delia muy callada durante el
trayecto y recordé que durante la tarde estuvo chateando casi una hora con el
hermano.
-Alguna mala noticia. - pensé más respeté
su silencio. Sabía que me lo contaría cuando fuera el momento.
Ya en la pasarela sobre aquellas aguas, Delia
se abalanzó sobre mí y me abrazó muy fuerte, llorando desconsolada.
-Mi amor, mi amor. No pensé jamás que
sería ahora, soñaba con nosotros, muy ancianos y chiquitos, viviendo en una
playa, felices, amándonos como el primer día. Pero no podrá ser. - Me dijo con
voz entrecortada por las lágrimas.
Mi corazón latía como si quisiera
escaparse del pecho, mi estómago se retorcía, mis cabellos negros, de repente eran
blancos, mi visión se nublaba y mis manos se arrugaban y temblaban.
- ¿De qué hablás por favor?, ¡Decime qué
pasa, me estás matando por Dios! - Dije casi gritando.
-Me muero Armando, los análisis que me
hice la hace dos semanas dieron positivos, es terminal, amor. Me lo dijo mi
hermano hoy, lo obligué a contármelo. -
Comencé a gritar y a maldecir, desgarrado
por el dolor mientras ella trataba de calmarme, pues quería seguir hablando.
-Armando, amado mío, tomé una decisión y
es que hoy quiero morir en tus brazos, aquí en Florencia, es mi voluntad y
cuando cierre los ojos quiero navegar por este río, llevando tu amor dentro mío
hasta la Eternidad. -
-Solo te pido que vayas a la Capilla del
Dante y dejes en una de las canastas mi súplica a Beatrice. Sé que ella lo
cumplirá, inmortalizará nuestro amor como Dante inmortalizó el suyo. -
Y me dio un pequeño papel blanco,
delicadamente perfumado que lo guardé en mi abrigo.
-Te amaré por siempre y no temas,
estaremos juntos otra vez, y otra y otra...pero ahora…viví, solo debés vivir. –
Fueron sus últimas palabras.
De pronto una extraña paz nos envolvió.
Nos besamos largamente hasta que comencé a
sentir sus labios fríos y el peso de su cuerpo inerte, sin vida.
Quedé en el piso con ella muerta, abrazado
quien sabe por cuánto tiempo.
Decidí cumplir con su voluntad por lo que
bajé con ella hasta la orilla del río y allí la deposité para que la corriente
hiciera lo suyo.
Me quedé sentado en un banco de madera del
puente mirando sin ver.
De pronto nada me quedaba y mi alma navegaba
por ese río.
Nunca encontraron su cuerpo. Seguramente
el mar lo recibió con ternura y lo meció con delicadeza para que los ángeles de
los océanos la llevaran hasta su última morada.
Lloré sin lágrimas toda la noche
escuchando la Sinfonía del Dante de Franz Liszt.
Fue cuando comenzó a salir el sol que, que,
vestido como estaba, salí a la calle a tomar el taxi que me llevara a la
Capilla.
Al llegar me quedé inmóvil por la emoción.
Cuando pude, entré en aquel Santuario y mi
corazón comenzó a latir otra vez pues estar allí era como estar otra vez, cerca
de ella.
Me conmovió el lugar y su misticidad.
Caminé lentamente hasta una de las
canastas, me detuve y saqué de mi bolsillo la carta de papel blanco inmaculado.
Antes de dejarla la leí por última vez.
-Querida Beatrice, te pido por favor
inmortalices nuestro amor, Armando es el hombre elegido por mí para caminar
hacia la eternidad y sé que yo soy la elegida por él.
Nuestro amor es infinito, celestial,
eterno y nada logrará separarnos, ni siquiera la muerte.
Gracias, confío en vos.
Delia.-
Con mucha delicadeza dejé la misiva en la
canasta y satisfecho por haber cumplido con la voluntad de mi amor, salí de la
capilla.
Ya afuera, respiré muy profundo y me quedé
inmóvil contemplando la magnificencia de las callecitas de Florencia, con sus
faroles antiguos, las fachadas históricas y las personas que iban y venían.
Más de pronto, un estallido de luz iluminó
la calle.
Durante un tiempo indecible veía solo una blancura
brillante.
Cuando comenzó a aclararse pude ver en la
pequeña vereda de enfrente, a una mujer de espaldas, caminando de forma grácil
y elegante, con su larga melena negra moviéndose al compás del viento. Era
Delia.
Salí tras ella perdiéndome en aquellas
románticas calles de Florencia.
F I N
Richard
29-04-19
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