viernes, 27 de diciembre de 2019

UNA NOCHE EN EL SUBTE. 1ra. parte.





El día en la oficina había sido por demás extenuante. Poco tiempo para el trabajo real y largas horas en reuniones aburridas, estériles.
Cuando el reloj me indicó que eran las seis de la tarde, me levanté de mi sillón dispuesto a salir corriendo del edificio.
Pero mi jefe tenía otros planes para mí. En el momento que estaba llegando a la puerta escuché a mis espaldas mi nombre y un pedido.
-Lalo, no te vayas por favor que tenemos que hablar. Esperame en mi oficina, serán solo cinco minutos. - dijo Fernández, mi gerente.
Resignado, abrí la puerta y fui hasta donde me pidió.
Laura, la secretaria, comenzó a sonreír cuando me vio llegar.
- ¿Te enganchó justo, ¿no? - me dijo con sorna.
-No te preocupes que somos dos, hasta que no termine con vos no me puedo ir tampoco. -
La miré y con una sonrisa forzada le dije.
-Jodete. - Ella me miró y lanzó una carcajada al aire.
Entré y tomé asiento para aguardarlo. Eran las seis y treinta y no aparecía. Mis nervios se acumulaban en el cuello.
En ese momento entró Laura con una bandeja.
-Calmate, te traje un café mientras lo esperás. Sabés como es. -
-Gracias, sos más buena que Lassie. ¿Un día vamos a tomar algo?,- le pregunté.
-Ni en pedo. Sos buena gente, estás bueno, pero hace poco terminé una relación de cuatro años y ni ganas de salir con otro tipo por algún tiempo. Perdón. Si cambio de idea te aviso. - respondió.
Cuando salió de la oficina, escuché la voz de Fernández.
-Sí señor, lo está esperando. - fue la respuesta.
Entró, con la energía de alguien que recién comienza su día.
Se sentó, acomodó su carpeta, miró su celular y comenzó a hablar.
-Mirá Lalo, vos sabés que te tengo en el mejor de los conceptos. ¿Cuánto hace que trabajamos juntos? ¿Veinte años? Tenemos historia, vos eras un administrativo raso y yo un encargadito. Llegaste a Jefe de Departamento y yo a Gerente. Lo hicimos juntos.
Y ese es el punto. Lo hicimos. ¿Ahora qué hacemos? Nada Lalo. Siento que estás dejando pasar el tiempo, no veo la fiereza de los primeros tiempos, no veo las ganas, no me estás transmitiendo nada. Llegás, cumplís y te vas. No hay más, me parece. -
Lo miré por unos instantes en profundo silencio.
No hacía falta ser muy lúcido para saber que me despediría. Nada de lo que dijera cambiaría la decisión por lo que me puse de pie y a viva voz le dije.
-A ver, mejor que me paguen hasta el último centavo porque si no lo hacen les voy a hacer un juicio apocalíptico. Sabés que yo sé de tus negocios turbios y de los Directores y si hablo vayan viendo como les queda el traje a rayas.
Por último…hace tiempo que me cansé de vos, de tu soberbia, de tu falta de respeto hacia el personal, de tu falta de humanidad. Sos un negrero de mierda. Te podés ir bien al carajo Fernández, - le grité en la cara y salí dando un portazo.
Laura estaba petrificada pues había escuchado todo.
-Y vos Laura, tendrías que hacer lo mismo, andate porque vas a caer por culpa de éste. Es una basura este tipo. - le dije y le di un beso. Ella me abrazó y me alcanzó el abrigo. Hasta me ayudó a ponérmelo. Le di otro beso, esta vez sobre los labios. Se quedó inmóvil.
Al llegar a la calle me sentía bien, satisfecho, liberado, feliz.
Ya la noche había llegado para quedarse y el frío con ella.
Tenía ganas de caminar, así que decidí hacerlo hasta el centro. Quería ver la avenida Corrientes iluminada, algo que no hacía desde que me separé de mi esposa en el dos mil quince.
Al llegar, me detuve a mirar las marquesinas de los teatros, entré en todas las librerías y hasta me animé a preguntar en el Complejo La Plaza, el precio de las localidades para una obra de teatro. La gente iba y venía. Muchos corrían para tomar el subte o el colectivo. Otros iban a tomar un café en algún bar, comer una pizza en Guerrin o en El Cuartito y ver luego una película, una muestra o una obra en el San Martin.
Me di el gusto de entrar en el Bar La Paz. Fundado en la década del cuarenta allí se congregaba la bohemia porteña. Literatos, pintores, cineastas, músicos, actores, psicoanalistas, estudiantes de todo tipo.
En los años setenta su clientela se caracterizaba por las barbas, las mujeres por las tetas sin sostenes y la variada temática de los libros depositados en las mesas.
Me senté y pedí un café negro con un tostado de jamón y queso. Me había dado hambre.
Pude ver que la historia del Bar se había interrumpido en algún momento y que la gente que entraba distaba por mucho de aquella logia de intelectuales y artistas.
Luego de un rato allí, le di rienda suelta a mi cabeza y todo tipo de pensamientos se agolparon.
¿Qué haría mañana? ¿Y dentro de un mes? ¿Dónde estaría dentro de un año, o de cinco?
-Tengo cincuenta años, tengo que conseguir otro trabajo. - me dije.
- ¿A los cincuenta? Ni en pedo vas a conseguir- me respondí.
-Entonces voy a viajar hasta que se termine la plata. -
- ¿Y después te vas a vivir debajo de un puente? -
-Sí, es una boludez eso. Un viajecito de una semana a Mar del Plata puedo hacerme, pero tengo que poner la guita en el banco así vivo con los intereses hasta que consiga algo. -
-Ahh, podría escribir también, siempre me gustó, pero nunca tuve tiempo. -
-Eso, voy a escribir. Y a dibujar. También me gustaba mucho de chico.
Y siguieron llegando ideas; dramáticas, de corte existencialista, otras graciosas, algunas estúpidas y unas pocas, algo inteligentes.
Hasta que llegó a mi cabeza, la cara de Laura. Al verla una extraña sensación se instaló en mi pecho. Sentí que extrañaría no verla cada mañana. Extrañaría sus preciosas piernas, sus bellos escotes, sus caras alegres y las de culo también.
Pero el libre albedrio en mi cabeza seguía revolviendo mi mundo para acercarme más gente. Y fue que de pronto apareció mi ex esposa, reprochándome el hecho de haber perdido el trabajo.
También mis hijos y algún amigo. Quizás alguna ex amante.
Y en ese océano de vidas e historias en que estaba sumido, pude salir a flote y recordar que debía ir a mi departamento.
Vivía solo y no era que no me gustaba, pero estaba siendo difícil para mí convivir con alguien más. Lo había intentado, pero no había funcionado. Ninguna de las dos veces llegó a durar siquiera seis meses.
Le pedí al mozo la cuenta, pagué y salí del Bar La Paz en busca de una boca del Subte A.
Ya la noche se había llenado de sombras y de personajes inusuales, raros, mezclados con la gente común. Esos animales nocturnos que no se dejan ver durante el día.
Caminé hasta Rivadavia y llegué dos minutos antes que la línea cerrara sus puertas.
Me apuré, pagué mi boleto y ya en el andén aguardé a que llegara el subte.
Estaba solo allí, no había nadie, era el único pasajero. La música funcional de pronto dejó de sonar y el silencio se hizo tenebroso. Ruidos y golpes de máquinas, autos que transitaban por la calle encima de la estación, voces lejanas.
Hasta que un fuerte sonido estalló. Una luz que emergía del el túnel me indicó que el tren estaba llegando.
Vi pasar varios vagones y no hallé ser humano alguno...

Continuará...

Richard, 27-12-19


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