El día en la
oficina había sido por demás extenuante. Poco tiempo para el trabajo real y
largas horas en reuniones aburridas, estériles.
Cuando el reloj me
indicó que eran las seis de la tarde, me levanté de mi sillón dispuesto a salir
corriendo del edificio.
Pero mi jefe tenía
otros planes para mí. En el momento que estaba llegando a la puerta escuché a
mis espaldas mi nombre y un pedido.
-Lalo, no te vayas
por favor que tenemos que hablar. Esperame en mi oficina, serán solo cinco
minutos. - dijo Fernández, mi gerente.
Resignado, abrí la
puerta y fui hasta donde me pidió.
Laura, la
secretaria, comenzó a sonreír cuando me vio llegar.
- ¿Te enganchó
justo, ¿no? - me dijo con sorna.
-No te preocupes
que somos dos, hasta que no termine con vos no me puedo ir tampoco. -
La miré y con una
sonrisa forzada le dije.
-Jodete. - Ella me
miró y lanzó una carcajada al aire.
Entré y tomé
asiento para aguardarlo. Eran las seis y treinta y no aparecía. Mis nervios se
acumulaban en el cuello.
En ese momento
entró Laura con una bandeja.
-Calmate, te traje
un café mientras lo esperás. Sabés como es. -
-Gracias, sos más
buena que Lassie. ¿Un día vamos a tomar algo?,- le pregunté.
-Ni en pedo. Sos
buena gente, estás bueno, pero hace poco terminé una relación de cuatro años y
ni ganas de salir con otro tipo por algún tiempo. Perdón. Si cambio de idea te
aviso. - respondió.
Cuando salió de la
oficina, escuché la voz de Fernández.
-Sí señor, lo está
esperando. - fue la respuesta.
Entró, con la energía
de alguien que recién comienza su día.
Se sentó, acomodó
su carpeta, miró su celular y comenzó a hablar.
-Mirá Lalo, vos
sabés que te tengo en el mejor de los conceptos. ¿Cuánto hace que trabajamos
juntos? ¿Veinte años? Tenemos historia, vos eras un administrativo raso y yo un
encargadito. Llegaste a Jefe de Departamento y yo a Gerente. Lo hicimos juntos.
Y ese es el punto.
Lo hicimos. ¿Ahora qué hacemos? Nada Lalo. Siento que estás dejando pasar el
tiempo, no veo la fiereza de los primeros tiempos, no veo las ganas, no me
estás transmitiendo nada. Llegás, cumplís y te vas. No hay más, me parece. -
Lo miré por unos
instantes en profundo silencio.
No hacía falta ser
muy lúcido para saber que me despediría. Nada de lo que dijera cambiaría la
decisión por lo que me puse de pie y a viva voz le dije.
-A ver, mejor que
me paguen hasta el último centavo porque si no lo hacen les voy a hacer un
juicio apocalíptico. Sabés que yo sé de tus negocios turbios y de los
Directores y si hablo vayan viendo como les queda el traje a rayas.
Por último…hace
tiempo que me cansé de vos, de tu soberbia, de tu falta de respeto hacia el
personal, de tu falta de humanidad. Sos un negrero de mierda. Te podés ir bien
al carajo Fernández, - le grité en la cara y salí dando un portazo.
Laura estaba petrificada
pues había escuchado todo.
-Y vos Laura,
tendrías que hacer lo mismo, andate porque vas a caer por culpa de éste. Es una
basura este tipo. - le dije y le di un beso. Ella me abrazó y me alcanzó el
abrigo. Hasta me ayudó a ponérmelo. Le di otro beso, esta vez sobre los labios.
Se quedó inmóvil.
Al llegar a la
calle me sentía bien, satisfecho, liberado, feliz.
Ya la noche había
llegado para quedarse y el frío con ella.
Tenía ganas de
caminar, así que decidí hacerlo hasta el centro. Quería ver la avenida
Corrientes iluminada, algo que no hacía desde que me separé de mi esposa en el
dos mil quince.
Al llegar, me
detuve a mirar las marquesinas de los teatros, entré en todas las librerías y
hasta me animé a preguntar en el Complejo La Plaza, el precio de las
localidades para una obra de teatro. La gente iba y venía. Muchos corrían para
tomar el subte o el colectivo. Otros iban a tomar un café en algún bar, comer
una pizza en Guerrin o en El Cuartito y ver luego una película, una muestra o
una obra en el San Martin.
Me di el gusto de
entrar en el Bar La Paz. Fundado en la década del cuarenta allí se congregaba
la bohemia porteña. Literatos, pintores, cineastas, músicos, actores,
psicoanalistas, estudiantes de todo tipo.
En los años
setenta su clientela se caracterizaba por las barbas, las mujeres por las tetas
sin sostenes y la variada temática de los libros depositados en las mesas.
Me senté y pedí un
café negro con un tostado de jamón y queso. Me había dado hambre.
Pude ver que la
historia del Bar se había interrumpido en algún momento y que la gente que
entraba distaba por mucho de aquella logia de intelectuales y artistas.
Luego de un rato
allí, le di rienda suelta a mi cabeza y todo tipo de pensamientos se agolparon.
¿Qué haría mañana?
¿Y dentro de un mes? ¿Dónde estaría dentro de un año, o de cinco?
-Tengo cincuenta
años, tengo que conseguir otro trabajo. - me dije.
- ¿A los
cincuenta? Ni en pedo vas a conseguir- me respondí.
-Entonces voy a
viajar hasta que se termine la plata. -
- ¿Y después te
vas a vivir debajo de un puente? -
-Sí, es una
boludez eso. Un viajecito de una semana a Mar del Plata puedo hacerme, pero
tengo que poner la guita en el banco así vivo con los intereses hasta que
consiga algo. -
-Ahh, podría
escribir también, siempre me gustó, pero nunca tuve tiempo. -
-Eso, voy a
escribir. Y a dibujar. También me gustaba mucho de chico.
Y siguieron
llegando ideas; dramáticas, de corte existencialista, otras graciosas, algunas
estúpidas y unas pocas, algo inteligentes.
Hasta que llegó a
mi cabeza, la cara de Laura. Al verla una extraña sensación se instaló en mi
pecho. Sentí que extrañaría no verla cada mañana. Extrañaría sus preciosas
piernas, sus bellos escotes, sus caras alegres y las de culo también.
Pero el libre
albedrio en mi cabeza seguía revolviendo mi mundo para acercarme más gente. Y
fue que de pronto apareció mi ex esposa, reprochándome el hecho de haber
perdido el trabajo.
También mis hijos
y algún amigo. Quizás alguna ex amante.
Y en ese océano de
vidas e historias en que estaba sumido, pude salir a flote y recordar que debía
ir a mi departamento.
Vivía solo y no
era que no me gustaba, pero estaba siendo difícil para mí convivir con alguien
más. Lo había intentado, pero no había funcionado. Ninguna de las dos veces
llegó a durar siquiera seis meses.
Le pedí al mozo la
cuenta, pagué y salí del Bar La Paz en busca de una boca del Subte A.
Ya la noche se
había llenado de sombras y de personajes inusuales, raros, mezclados con la
gente común. Esos animales nocturnos que no se dejan ver durante el día.
Caminé hasta
Rivadavia y llegué dos minutos antes que la línea cerrara sus puertas.
Me apuré, pagué mi
boleto y ya en el andén aguardé a que llegara el subte.
Estaba solo allí,
no había nadie, era el único pasajero. La música funcional de pronto dejó de
sonar y el silencio se hizo tenebroso. Ruidos y golpes de máquinas, autos que
transitaban por la calle encima de la estación, voces lejanas.
Hasta que un
fuerte sonido estalló. Una luz que emergía del el túnel me indicó que el tren
estaba llegando.
Vi pasar varios
vagones y no hallé ser humano alguno...
Continuará...
Richard, 27-12-19
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