Era un niño cuando
se encontró cara a cara con el tiempo.
Fue allí que se
sintió frágil pues lo inexplicable lo invitaba a soñar.
Y cada noche, al
cerrar los ojos, soñó como volaba el tiempo.
Soñó como navegaba
sobre un mar de sueños y minutos eternos.
Navegando en su
robusto bote recogía historias que flotaban en el agua.
Historias de vida
y de muerte, de batallas ganadas y también perdidas.
Historias de amor
y sexo, de barcos y trenes cruzando el mundo.
Historias de
futuros apocalípticos, presentes utópicos, pasados épicos.
Era un hombre
cuando se encontró cara a cara con la vida que no invitaba a soñar.
Solo era trabajar para
que el pan no faltara en su hogar.
El tiempo pasó pero
aquellas historias de niño estaban a salvo en el arcón de sus recuerdos.
Dormidas, pero
vivas ya que su alma jamás las dejaría morir.
Era un adulto
cuando se encontró cara a cara otra vez con el tiempo.
Se miraron a los
ojos y la pregunta nació sola.
Y allí fue que las
historias despertaron, salieron del arcón del alma en forma de aves.
Aves que volaron
en todas direcciones, hacia el frío, el calor, la montaña y el mar.
Historias que
nacieron con la imaginación de aquel niño,
historias
fantásticas, tristes, alegres, historias de vida y de muerte.
Historias donde
amó y sigue amando.
Historias donde soñó
y sigue soñando.
Historias donde se
duerme y se sigue despertando.
Muriendo cada
noche para resucitar con cada amanecer.
Historias de vida
que el tiempo nos ofrenda.
Historias de amor
de un ser humano que intentó ser más humano,
para convertirse
en ángel y poder amar sin final.
Richard
18-11-19
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