sábado, 16 de noviembre de 2019

EL PESCADOR. (Escrito en el año 2015)


Amanecer de lunes, mañana de invierno.
Y como cada dia, la figura del viejo Mateo se recortaba en la playa desierta y nostálgica, donde el cielo se presentaba plomizo y el mar gris estallaba con furia sobre la costa.
Los vientos eran helados y corrían implacables de sur a norte atravesando todo.
Y allí estaba Mateo, incolume, eterno.
Ya no recordaba ni los años que tenía, su cuerpo estaba cansado y su andar era lento.
Los surcos profundos en el rostro y su barba blanca le daban aspecto de inmortal.
Quien lo conoció jamás pudo olvidar sus ojos, eran del color azul del mar, dos gotas del océano. Supieron ser vivaces, alegres y curiosos. Ahora estaban cansados, tristes, melancolicos.
Enfrentaba al mar cada vez con su bote, sus redes y sus cañas. Solo necesitaba una buena pesca que luego canjeaba por herramientas, libros, alimentos y tabaco en el mercado del pueblo.
Las tardes lo encontraban sentado en una banqueta en la playa. Pasaba horas allí, fumando su pipa sin sacar la vista del horizonte. Esperando.
Estaba solo pues su esposa, hacía diez años que había muerto y a pesar de los ruegos de sus tres hijos, él decidió vivir en aquel lugar, elegido por aquella mujer treinta años atrás. Estaba situada a metros de la playa, era toda de madera, modesta pero muy confortable y cálida. Ella la había arreglado con mucho amor y él se esforzaba en mantenerla tal cual la había dejado.
Por las noches, aseguraba puertas y ventanas, encendía los faroles, la chimenea y el ambiente se tornaba hogareño
.
Cuando tenía hambre cortaba verduras, trozaba pescado y colocaba todo en una vieja cacerola de hierro que colgaba de un gancho sobre los troncos encendidos en la chimenea.
Mientras se cocinaba la cena, él aprovechaba para leer. Era un ávido lector. Fue ella la que construyó la biblioteca con maderas. Había más de doscientos libros allí.
Entonces se sentaba en una vieja mecedora, tomaba sus pequeños lentes, encendía su pipa, se servía una copa de vino y comenzaba la lectura. Solo el aroma de la comida lista interrumpía la misma.
Cuando su cuerpo le pedía reposo, se acostaba en su enorme cama, con cinco mantas al menos para no sentir frío durante la noche.
Antes, apagaba la chimenea, rezaba un Padre nuestro y un Ave María, miraba la foto de quien fue su compañera, le daba un beso y decía susurrando: “Que sea pronto por favor”. Y se dormía casi sin darse cuenta.
Más una noche se despertó y no volvió a conciliar el sueño. Dio vueltas un rato hasta que decidió levantarse a tomar un vaso de agua.
Mientras bebía, levantó la vista hacia la ventana de la cocina que daba a la playa. Y cual fue la sorpresa cuando divisó una silueta saliendo del mar. Corrió hacia la puerta, la abrió más no vio a nadie. El viento helado cortaba la piel, el ruido del mar era estremecedor por lo que cerró y regresó a su cama intentando dormir. Fue en vano.
Volvió a levantarse, encendió la chimenea, se preparó un te y se sentó en la mecedora con la intención de avanzar con el libro que estaba leyendo hasta que escuchó arañazos en la puerta. Se levantó pesadamente, la abrió y desde la oscuridad algo le saltó encima,
Repuesto del susto, la felicidad lo invadió pues no era otro que el viejo perro Jack. Mateo se deshizo en abrazos y caricias.
Pasado un rato y luego de la emoción, Mateo sintió cansancio y se acostó en la cama, algo que su amigo imitó al hacerlo a los pies de la misma.
Se despertó tarde, casi a las ocho de la mañana. Se levantó, preparó todo y salió como todos los días a pescar. Pero esta vez con su viejo y fiel compañero. La pesca fue excelente ese día, la lancha estaba atiborrada de pescados, tantos que no llegaría a venderlos todos.
Pasó la tarde caminando por la playa con Jack, quien corría todo lo que se cruzara en el camino; aves, olas, espuma de mar.
Llegada la noche preparó la cena para dos y cuando el sueño lo venció, se acostó. A media noche sintió golpes en la puerta. Un tanto inquieto se levantó, miró por la ventana y abrió con prisa mientras las lágrimas surcaban su agrietado rostro: era su querido hermano menor.
Se fundieron en un abrazo interminable, eterno.
Se miraban y no podían creerlo. Pasada la emoción del reencuentro comenzaron a conversar y recuperar los años que estuvieron sin verse.
Los sorprendió el amanecer. A pesar de no haber dormido, Mateo se sentía de maravillas.
Tomaron el desayuno y salieron con la pesca del día anterior para venderla en el Mercado. Le pareció extraño a Mateo que estuviera cerrado aunque no llegó a preocuparse, estaba demasiado ocupado en disfrutar la compañía de su hermano y de su perro.
Regresaron, charlaron, caminaron por la playa y llegada la noche, aguardaron a que la comida estuviera lista leyendo alguno de los libros de la biblioteca.  Mateo escribió unas notas y guardó la hoja en uno de ellos.
Esa noche el sueño los venció muy temprano. Hasta que a la medianoche otra vez golpes en la puerta.
Mateo entre nervioso y emocionado corrió hacia ella; su corazón latía con la fuerza de mil caballos, pues sabía esta vez quien era.
Cuando abrió y vio que era Samantha, su esposa, se quebró por la felicidad cayendo de rodillas al piso. Ella lo levantó, enjugó sus lágrimas y lo abrazó. El se aferró a ella como el ser humano se aferra a la vida, no podía dejar de abrazarla. Luego de unos minutos se dedicó a contemplarla; estaba tan bella y hermosa como cuando la conoció cuarenta y cinco años atrás.
-¿Qué haces aquí?- le preguntó con la voz quebrada por la emoción.
-Vine a quedarme contigo.- Le respondió ella con una enorme sonrisa.
-¿Para siempre?-
-Si mi amor, para siempre, ya nada nos va a separar; y nos quedaremos aquí, en este playa, juntos los dos, tu hermano y Jack, con el tiempo vendrán otros.-
Mateo no podía articular palabra de la felicidad que lo embargaba y solo atinó a abrazar a su compañera de toda la vida. Su hermano se unió al abrazo mientras Jack miraba a sus dueños moviendo la cola con extrema energía.
El amanecer los sorprendió conversando, riendo, recordando anécdotas.
Era un día distinto, con un sol radiante y un viento suave y templado, ocasión inmejorable para caminar por la eterna playa. Y hacia allí salieron, Mateo, Samantha y Jack, otra vez juntos, para siempre...
-¿Cuándo lo encontraron?- preguntó la hija muy acongojada.
-Esta mañana, unos vecinos nos informaron que hacía una semana que no lo veían y decidimos entrar a investigar, estaba en la cama y en apariencia se murió mientras dormía. Sus manos aferraban un libro, es éste por si quiere verlo.- dijo el Oficial mientras se lo alcanzaba.
Una lágrima rodó por su mejilla al ver el párrafo del poema de Pablo Neruda que se encontraba resaltado por él:
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
¡Amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
Amarte más.
Y todavía
Amarte más
Y más.
Encontró una hoja escrita por su padre que decía:
“Hija, quiero que sepas que esta noche vendrá tu madre a quedarse conmigo y para siempre. Sé feliz, ama todo lo que puedas y no te preocupes por nosotros.
Los amamos. Tus padres.”
A la joven, una bella sonrisa se le dibujó en el rostro al saber que estaban juntos otra vez.

                                                         F     I     N

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