lunes, 11 de noviembre de 2019

EL VIAJE


                                                                 

Los furiosos golpes que se escucharon en medio de la noche, sobresaltaron sobremanera a Nicolás.
A los tumbos se levantó y llevándose por delante todo lo que se encontraba a su paso llegó a la puerta de entrada.
Antes de abrir curioseó por la mirilla. No vio a nadie. Con cautela abrió y se encontró con la soledad y el silencio más absoluto vagando por las oscuras calles.
Se metió en la casa, le dio dos vueltas de llave a la cerradura y apagó las luces.
Estaba llegando a su cuarto cuando, otra vez, violentos ruidos le dejaron una sensación muy desagradable.
Casi colérico bajó a toda prisa, tomó el atizador de la chimenea y salió a la calle blandiendo el mismo.
Pero no había nadie. Esto le produjo una enorme frustración por lo que maldijo a los cuatro vientos.  
- ¡Basta con esta broma pues te encontraré y te golpearé hasta matarte, imbécil! - gritó a la noche sin estrellas.
Un silencio abrumador fue la respuesta.
Entró, aseguró todo otra vez y se fue a la cocina a beber algo que lo tranquilizara. Se sirvió un whisky doble con hielo.
Mientras aguardaba a que tomara la temperatura adecuada, colocó el disco de Coldplay en la bandeja y se sentó en su sillón preferido.
El alcohol y la música lograron en minutos serenarlo para descubrir la identidad del bromista o el acosador. No lo sabía.
Pensando le surgieron varios nombres, casi todos amigos, aunque bien podía ser alguien que no era amigo o una ex novia celosa. Y recordó a Carolina.
-Pero fue hace mucho, ni me debe recordar.
Ahora amo profundamente a Lita y creo que ya es hora de proponerle casamiento. Llevamos tres años juntos, - dijo en voz alta.
Feliz como estaba decidió llamarla sin mirar la hora.
-Pero que sueño pesado tiene, llevo diez minutos llamándola, - dijo quejándose hasta que dejó de insistir.
Los rayos del sol entrando por la persiana americana lo despertaron muy temprano. No recordaba cuando fue que se durmió.
Extrañamente descansado se levantó, se dio una ducha caliente, tomó un café negro como era su costumbre y se vistió para ir a la casa de Lita que vivía a siete cuadras.
Tomó su bicicleta y salió a la calle. Le llamó la atención no ver a sus vecinos, ni al repartidor de diarios, tampoco a los niños rumbo a la escuela, ni siquiera a alguien conduciendo su auto. Estaba solo.
No obstante, la inquietud que le produjo la situación, decidió continuar su camino.
La preocupación se transformó en miedo al darse cuenta que no se veían aves en el cielo. Tampoco perros o gatos en la calle o aceras. La soledad lo envolvía y era de día.
Apuró el paso para llegar hasta la casa de Lita pues era seguro que ella tendría una respuesta a lo que estaba percibiendo. Siempre le encontraba una explicación a todo.
Al llegar, dejó la bicicleta y avanzó hasta la puerta para tocar el timbre. Pero nadie salió.
- ¡Por favor que extraño es todo esto, es imposible que no esté en su casa a esta hora! - gritó.
No convencido siguió tocando hasta que se acercó a una de las ventanas del living. Y allí la vio. Estaba llorando desconsoladamente en el regazo de su madre con una foto entre sus manos.
Completamente confundido comenzó a golpear los vidrios para que le abrieran, pero era como que no lo escuchaban. Se sintió invisible.
Agotado de golpear en vano, se desplomó en el verde césped y miró al cielo. Pero al hacerlo se dio cuenta que su color no era azul.
Volvió a mirar hacia adentro y Lita seguía llorando mirando aquella foto hasta que en un momento se cayó al piso y Nicolás pudo verla: él era el del retrato.
La angustia lo envolvió y se quedó inmóvil, como clavado en el piso.
Fue entonces que hombres y mujeres comenzaron a acercarse para ayudarlo a incorporarse.
-Tranquilo, estamos aquí para ayudarte a cruzar, pero todavía debes recordar. - le dijo una bella morena de ojos verdes.
Este acercamiento lo alentó y ayudó a calmarlo un poco.
Comenzó a caminar por el medio de la calle.
Durante alguna distancia nada ocurrió hasta que el camino se oscureció y una carretera lúgubre se le presentó.
-Conozco este lugar. - dijo en voz alta.
Siguió avanzando hasta que vio fuego y humo a un costado de la misma. La desesperación se apoderó de él y corrió.
Al llegar, vio a su auto incendiándose y a su cuerpo envuelto en llamas.
-Eso ocurrió entonces, me dormí manejando y morí. - dijo frío y sin inmutarse.
De pronto sintió algo que lo tironeaba hacia su hogar.
Al llegar encontró a Lita, golpeando desesperada la puerta, gritando y llorando totalmente desgarrada:
- ¡Estás adentro, vivo, aguardándome, no estás en ese maldito auto, estás vivo! - repetía.
Fue la madre y los médicos que llegaron la que la abrazaron en un intento por calmarla.
Más volvió a escaparse y a golpear y gritar otra vez:
- ¡Estás vivo Nicolás, estás vivo, no moriste! - gritaba hasta que se desmayó a causa del profundo dolor y la espantosa pena.
El corazón de él se estrujó por un momento y una lágrima surcó su rostro. Aquellos golpes en la puerta habían sido de ella.
De pronto todo estaba en calma, Nicolás sintió como la cálida brisa de aquella eterna playa acariciaba su rostro.
Fue entonces que la bella morena se le acercó otra vez para decirle.
-Ya sabes, tienes tus respuestas. Ahora puedes hacerlo…vamos, te ayudaré a cruzar. - le dijo con voz suave mientras lo tomaba de la mano.
- ¿Vendrá Caronte, el barquero? - preguntó el muchacho un tanto jocoso.
La mujer sonrió.
-Y ahora que te miro bien, sé que te conozco, pero aún no sé de dónde. - dijo Nicolás.
La muchacha lo miró a los ojos y le dijo:
-Nos conocemos hace mucho tiempo, hemos vivido muchas vidas juntos. Y no te preocupes que ahora tendrás todo el tiempo que necesites, para recordar todas y cada una de ellas. -  
De pronto, ambos alientos se hicieron brisa y se perdieron en el horizonte dibujando una bella parábola.

Richard
11-11-19
                                                          

  

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