viernes, 8 de marzo de 2019

FANTASMAS


-Le pido por favor vuelva a chequearlo, es imposible que no exista nuestro hijo; se llama Pablo Hernández, tiene treinta años y su número de documento es el 30.124.598.- le dijo el hombre con tono grave, al policía que lo atendía.
-Señor, cálmese che. Hagamos algo, deme el documento de su hijo para…- pero Benjamín Hernández lo interrumpió otra vez.
- ¿Pero cuantas veces debo decirle que nuestro hijo desapareció y nada de él quedó?
Se llevó su ropa, libros, recuerdos, fotos, todo. No tenemos nada, nada en absoluto...como si no hubiera existido.
-Es un problema señor, le repito que en nuestros archivos no figura ningún Pablo Hernández con las características que proporciona y encima usted no presenta fotos, documentos, algo tangible…porque no tiene nada…ya me lo dijo...tome asiento y aguarde que debo consultarlo con mi jefe. - dijo con tono vacilante.
Benjamín se sentó con Liliana en un largo banco de madera antiguo, como todo en aquella Comisaría.
Mientras, el agente se dirigió a la oficina del Comisario Ruiz con la intención de plantearle el problema. Golpeó la puerta y aguardó hasta que escuchó el permiso para entrar.
Se saludaron con un apretón de manos, el agente tomó asiento y le contó el problema.
-Si, los vi cuando entré. A ver, a ver, dame los datos del muchacho. -
Galarza se los dio y este comenzó a buscar en su computadora.
-No, no aparece, che; lo busqué sin hache, con acento, con Ese final y nadie de treinta años se ajusta a lo que dicen estas personas. Y el número de documento que te dan pertenece a una mujer, Marcela Cardozo. Es raro.
Pero sigamos, busquemos a los padres, ¿Tenés sus números de documentos? -
-Escriba mi comisario inteligente. – le dijo con sorna y le brindó el número.
-No te hagas el puto y veamos: Benjamín Hernández, documento 10.987.159.-
Ante el resultado, el rostro del comisario se desfiguró. Casi balbuceando le pidió a su colaborador el nombre y el número de documento de la esposa.
-Liliana Esther Calori, 11.634.713.- le respondió un tanto preocupado mientras se subía los pantalones que le quedaban grandes.
El comisario ingresó los datos en el sistema y su cara se volvió blanca, se paró abruptamente tirando la silla al piso y retrocedió pegando su espalda contra la pared.
El agente asustado sacó su arma y apuntó mirando hacia todas partes mientras su comisario le pedía tranquilidad.
- ¡Calmate pelotudo y guardá esa pistola carajo! –
Enfundó su revolver y se persignó siete veces. Durante minutos nadie habló.
-Tiene que haber una explicación lógica a todo esto, no puede ser. - aseveró.
- ¿Qué no puede ser mi comisario? - preguntó Galarza hecho un manojo de nervios.
-Esto, escuchame atentamente. - le dijo mientras se calzaba los lentes.
-Benjamín Hernández y Liliana Calori murieron el treinta de mayo de dos mil ocho en un accidente automovilístico al chocar de frente con un camión que circulaba sin luces por el Acceso Oeste, iban a visitar a la hermana de la mujer que vivía en Junín.
Mirá la foto del archivo y decime si son ellos. -
Al verla el escalofrío que le corrió a Galarza por la espalda lo paralizó. Como si hubiera visto fantasmas.
Cuando pudo reaccionar, salió raudo hacia la Mesa de Entradas llevándose todo por delante.
Al llegar, miró y el banco de madera estaba vacío. Le preguntó a un compañero si había visto a la pareja. No recibió respuesta alguna.
Algo atontado regresó a la oficina de su superior y antes que dijera nada, éste otro gritó:
-Si ya sé que me vas a decir, no están ni nadie los vio. Prepará el auto que salimos en este preciso momento hacia Junín, vamos a hablar con la hermana de Liliana, Vilma Palacios. Quiero entender. -
Galarza rápidamente tomó las llaves de la unidad y salieron ambos a toda velocidad.
No cruzaron palabra alguna hasta que llegaron a la ciudad de Luján.
- ¿Usted qué cree mi jefe? - preguntó el Cabo.
-No quiero decir nada ya que cualquier cosa que diga sonará idiota; tengo una idea, pero tengo que hablar con esa mujer, es imprescindible hacerlo. -
Y continuaron el viaje en silencio.
Habían recorrido doscientos veinte kilómetros, faltaban poco más de treinta para llegar y fue que se detuvieron en una estación de combustible. Aprovecharon para estirar las piernas, utilizar el baño y comprar vituallas y cigarrillos.
Retornaron a la ruta a gran velocidad para continuar viaje.
Llegaron a la entrada de la ciudad y avanzaron hacia la zona céntrica.
Iban a marcha lenta cuando de pronto un perro cruzó intempestivamente la ruta debiendo Galarza frenar de urgencia. Al arrancar otra vez, debió frenar otra vez en forma brusca pues una pareja de adultos cruzó de forma irresponsable. Pudo haberlos matado.
Al momento se dio cuenta.
–Son ellos, son ellos, los Hernández. - gritó aterrorizado.
El comisario sintió un pinchazo en el pecho cuando escuchó esto y le dijo:
-Acelerá Galarza debemos llegar a la casa de la hermana antes que ellos. -
- ¿Por qué mi Comisario? -
-No lo sé carajo, se me ocurrió, no preguntés pelotudeces. - respondió Ruiz.
El agente acató la orden y salió a toda velocidad. Al llegar al centro, se detuvieron en una esquina y le preguntaron a una anciana por la calle Superí al mil doscientos.
-Ahí, si… ¿Van a lo de Vilma no? Yo voy a ir más tarde al velatorio. ¡Pobre! Vivió para ese hijo que no era suyo, pero lo amó como si lo fuera, en realidad era hijo de su hermanastra Liliana, quien con quince años quedó embarazada y sus padres no le permitieron criarlo por lo que se lo dejaron a ella.
El creció con el desamor de su madre y su padre desconocido. Con todo eso, muy bueno no podía salir; nunca le importó nada de nadie, era una porquería de hombre, bebedor, jugador, pendenciero, mujeriego y ladrón. Por eso lo mataron en un tiroteo dos policías cuando intentaba escapar.
No quiero ni pensar lo que debe estar sufriendo esa mujer, amaba a ese muchacho a pesar de todo.
Pero bueno, ustedes van al velatorio ¿no? pues sigan derecho por esta calle ocho cuadras, luego doblen a la derecha y a unos treinta metros está la casa de Vilma, lo están velando a cajón abierto. Cuando la vean díganle que Etelvina, yo, le daré mi pésame después de la siesta y que no se preocupe que lloraré bastante. No se pueden perder, hasta luego, señores. - Ambos hombres se miraron desconcertados y sorprendidos por la verborragia de aquella anciana.
-Me estoy volviendo loco, jefe. - dijo.
-No te preocupes, yo también. – le respondió.
Siguieron las instrucciones de la vieja y llegaron en escasos minutos a la casa con frente blanco: la puerta estaba abierta, había una corona en una de las ventanas, algunas personas vestidas totalmente de negro que entraban y salían, otras llorando, alguno que otro riendo, varios comiendo con las dos manos y los demás en silencio con gesto adusto.
Nadie se alarmó al ver un auto de la Policía estacionando allí pues estaban acostumbrados.
Bajaron del mismo y traspusieron la puerta de entrada. Todos los miraron por un instante para luego seguir con lo que estaban haciendo.
Se acercaron y le preguntaron a una mujer de unos cuarenta años, muy linda y con unas tetas enormes si podían hablar cinco minutos con la señora Vilma, aclarándole que el tema no era policíaco, sino personal.
Esta asintió y los condujo lentamente hacia un cuarto que se encontraba vacío, solo ella y su dolor.
-Permiso Vilma, estos policías quieren hablar con vos. - dijo con voz triste.
-Gracias Marcela. -
Fue Galarza el que rápidamente recordó y asoció no sin antes darse vuelta para mirar cómo se veía la mujer de atrás.
-Buenas tardes señora y la acompaño en sentimiento, pero quiero preguntarle si la señora que nos trajo se llama Marcela Cardozo. -
-Gracias señor, pues si, así se llama. ¿La conoció? - respondió.
El cabo miró a su jefe que le guiñó el ojo en señal de aprobación.
Y fue Vilma la que comenzó diciendo:
-Señores, se imaginan que hoy no estoy en condiciones de hablar. -
-Lo sabemos señora, pero necesitamos entender pues algo nos ha ocurrido y no sabemos por qué. Pensamos que usted tiene la respuesta. - dijo Ruiz.
Y le contó lo sucedido; la señora escuchaba atentamente hasta que de pronto comenzó a reír a carcajadas ante la incrédula mirada de aquellos policías.
- ¿Puedo preguntarle qué es lo gracioso señora? - la increpó el comisario visiblemente molesto.
-Perdón, perdón, sé que no tienen la culpa y alguien debería arreglar estos desajustes que se producen. - respondió.
- ¿De qué está hablando señora? - preguntó Galarza.
-No recuerdan nada evidentemente. Pues bien, no soy quien se los debe explicar, pero lo haré de todos modos. - dijo mientras buscaba algo en una mesa; era un periódico.
Lo tomó y se lo alcanzó al Comisario.
-Señores, fueron dos los policías que atraparon a mi hijo cuando intentaba escapar del negocio al que había entrado para robar. Se armó una balacera y el muchacho cayó muerto, acribillado. -
Ambos se miraron sin entender de qué estaba hablando aquella mujer.
- ¿Qué dice? - dijo Galarza visiblemente alterado y aflojándose el nudo de la corbata.
-Déjenme continuar por favor. - rogó Vilma.
-En la balacera también murieron los dos policías victimas de sendos disparos que hizo el nene.
Lamentablemente, el muchacho había perdido el rumbo hacía tiempo, es más creo que nunca lo tuvo.
Señor, le pido abra el periódico que le di en la página de Policiales y lea por favor. -
El comisario hizo lo que le pidió la mujer y una vez que ubicó la noticia comenzó a leerla en voz alta:
- “En la noche de ayer, nuestra ciudad fue víctima de un hecho por demás violento. Un robo en la relojería de la calle Triunvirato al mil quinientos, terminó en tragedia al morir el malviviente y dos policías en medio de un feroz tiroteo. Las víctimas fueron el Subcomisario Luis Ruiz y el Cabo Primero Artemio Galarza mientras que el malhechor era nuestro viejo conocido y malhechor Pablo Hernández.”-
Se desplomaron sobre los sillones. No llegaban a entenderlo.
- ¿Qué, estamos muertos? - preguntó Galarza.
- ¿Qué duda cabe pelotudo? respondió con otra pregunta Ruiz.
El silencio fue atroz.
- ¿Puedo hacerle algunas preguntas Vilma? - Esta asintió con la cabeza.
- ¿Los padres del muchacho…? -
-Están viniendo hacia acá para acompañarlo, deben cumplir con el protocolo, son los padres biológicos. –
- ¿Y Pablo? - preguntó Ruiz.
La mujer solo lo miró.
-Ahh…y usted está…-
-Muerta, si, la noche que mataron a Pablo me suicidé, me ahorqué. ¿Ven estas marcas? - dijo mostrando su cuello.
-Hay algo que todavía no lo sé… ¿a quién están velando en estos momentos? - preguntó Ruiz.
-Ay sí, me olvidé de decirles que Marcela es mi hija, se suicidó después de mi muerte. -
-¿La tetona? Perdón, ¡que pena! ¿Y dónde estamos si se puede saber? – preguntó Galarza.
-En la Tierra tal como la conocíamos no, es otro lugar que no he podido recorrer aún, si quieren lo podemos hacer juntos. -
-Será un placer, ¿Nos acompañás Galarza? – preguntó el Comisario con tono resignado.
-Solo no me quedo. - dijo y se unió al pequeño grupo.
-Mirá que viene Marcela, la tetona también. - dijo una Vilma sonriente.
A Galarza se le iluminaron los ojos mientras se ajustaba el nudo de la corbata y se levantaba por enésima vez los pantalones.
- ¿Vilma? Ahora que recuerdo una anciana de nombre Etelvina vendrá a visitarte en la tarde. – le contó Ruiz.
-Vamos rápido entonces, esa vieja que tendría ciento veinticinco años, es una chusma de porquería y esta ciudad ya me tiene harta. - respondió.
-Nos vamos entonces. -
Fue entonces que se tomaron los cuatro del brazo y comenzaron a caminar por la calle principal del pueblo con dirección al norte donde un sol muy brillante los aguardaba. Se perdieron en la luz.
F I N
Richard
Año 2014, editado 8-3-19

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