El servicio había finalizado. Le pedí a
Juana permiso para lavarme en su cuarto de baño. Sin mirarme siquiera susurró
un sí mientras se vestía en forma cansina, anodina.
Me higienicé y me vestí.
Al salir la veo cerca de la ventana con la
mirada perdida y un cigarrillo consumiéndose entre los dedos. Estaba a medio
vestir, su parcial desnudez embriagaba.
Dejé de observarla y fui hacia la puerta
de salida. La miré por última vez seguía en la misma posición, era como si no
estuviera allí.
Quise traerla de vuelta pues sentí que lo
necesitaba.
-¿Juana?- le dije desde la puerta.
No me respondió y me inquietó un poco por
lo que me acerqué a ella y le toqué el hombro.
-¿Estás bien?- le pregunté.
Se sobresaltó sobremanera.
- ¿Qué hacés? no me toques más, el
servicio está terminado, pagaste por una hora y una hora has tenido así que andate
de una vez. - me dijo sin mirarme a los ojos, como en toda la noche. Jamás
llegaron a cruzarse nuestras miradas.
-Disculpame, no quise asustarte, solo me
preocupé, nada más que eso, estabas tiesa, inmóvil.
Y de pronto sucedió, me miró a los ojos.
Su mirada era triste, sus ojos eran casi
dos océanos de lágrimas. transmitía mucho dolor y soledad.
Inesperadamente, una breve sonrisa asomó.
Parecía que estaba viendo un rostro luego de mucho tiempo. Más me dijo con un
tono de voz suplicante:
-Andate por favor, ya está, así son las
cosas, vienen, pagan, me cogen y se van. Eso es todo, nadie se detiene a ver qué
hago o quien soy, soy solo una puta.-
-Hablemos Juana, por favor. - le respondí.
-Pues no y espero no seas de esos boludos
que se enamoran, no soy mujer de la que un hombre pueda enamorarse. -
- ¿Porque pensás que es así? -
-Está a la vista cariño, soy una puta,
¡PUTAAA!, no siento, no pienso, no lloro. Solo abro las piernas. - respondió
casi gritando.
-Decime a ver; ¿Qué edad tengo? – preguntó
irritada.
-Joven, de unos treinta años. -
Una mueca ordinaria se le dibujó en el
rostro.
-Tengo veintidós y mi nombre es Carla…y vos
te llamás…no lo sé ¿Ves? no sé tu nombre, tuve tu pene dentro mío, me acabaste y
no sé cómo te llamás, tampoco el del anterior a vos, ni sabré el nombre del que
vendrá luego.
Jamás conocí el nombre de los cientos de
hombres que estuvieron acostándose en mi
cama durante los últimos cuatro años.-
-Augusto, mi nombre es Augusto.- le dije y
le extendí la mano.
Casi llorando me sonrió, su gesto agrio
había cedido.
Mantuvimos nuestras manos estrechadas mientras
nos mirábamos a los ojos.
Me di cuenta que había dejado de ser un
hombre sin rostro para Carla.
Nos interrumpió el golpe en la puerta. Era
otro cliente.
-Pues ya está, ahora andate que tengo que trabajar.
- me pidió con cierta amabilidad.
-¿Cuánto te pagará?- le pregunté.
-Lo mismo que me pagaste vos.- me
respondió.
-Pues aquí tenés el dinero, despedilo y quedate
conmigo por favor. - le dije mientras sacaba los billetes del bolsillo.
- ¿Querés coger otra vez? - preguntó.
-No Carla, por favor no, solo quiero conversar.
-
Me miró como si estuviera loco.
-Es tu dinero...dame un minuto. - dijo
mientras se dirigía a la puerta para decirle al cliente que regresara en una
hora. Se escuchó un insulto mientras la puerta se cerraba de forma abrupta.
-Se puso nervioso, andaba caliente y no quería
esperar. Que se masturbe. - dijo al pasar.
Fue hasta la pequeña cocina con dos vasos
de vino.
Tomamos asiento y continuamos con la
conversación. Comenzó a recordar.
-Mi pueblo era el más bello del mundo, en
verano disfrutaba las tardes en el arroyo, tirada sobre la hierba bajo una
tupida arboleda y con el aire impregnado de fragancias florales.
A los quince años, les contaba a todos que
sería una importante abogada de la ciudad. Estaba en tercer año de la
secundaria. Hasta que un maldito accidente en la ruta mató a mis padres y destruyó
cada sueño infantil y adolescente que había forjado.
A partir de allí mi vida se volvió maldita,
quedamos a cargo de mi tío, un ser despreciable, hermano de mi madre, quien, a
los pocos días, me sometió a sus bajos instintos y me violándome una y otra vez.
Borracho y también sobrio. Me sometió a todos los vejámenes que se te ocurran.
Mis dos hermanos sufrieron la violencia de
esa escoria humana pues los golpeaba sin razón con cinturones y cualquier cosa
que encontrara a mano.
Hartos, una noche abandonamos ese infierno
los tres. Tomamos el tren de las 9.
Llegamos a la ciudad con ciertas ilusiones,
pero la realidad se encargó de destrozarlas.
Vivimos en pensiones de mala muerte
mientras nos duró el dinero que habíamos ahorrado con sumo esfuerzo. Félix y
Roque consiguieron trabajo en una obra en construcción y yo, sin estudios, sin
habilidades y con un físico desarrollado, la palabra puta estaba escrita en mi
frente. Ellos no dijeron nada y aceptaron mi destino.
Y comencé parando en una esquina,
semidesnuda, ofreciendo mis servicios a quien los buscara. Tuve suerte. Al poco
tiempo, lo que reuníamos entre los tres alcanzaba para comer y pagar la
pensión.
Me acosté con hombres, niños,
adolescentes, ancianos, mujeres, lesbianas, gays, negros, blancos,
asiáticos...enfermos. Encontré de todo, todo.
Esto duró un año hasta que, en una noche
de calor, se detuvo un auto en mi esquina y descendió una mujer de unos sesenta
años con buenas maneras. Se acercó y me preguntó si quería trabajar para ella
en un departamento.
No lo dudé con tal de alejarme de la calle
y de sus vilezas y personajes salvajes. Sería algo más tranquilo y seguro. Y
aquí estoy.
Recuerdo que la primera noche de trabajo
me dijo algo que llevo grabado en mi cabeza:
“Los hombres no deben tener rostro para vos,
no tienen boca por lo que no pueden besarte ni hablarte, no tienen nariz para
poder olerte, no tienen oídos para escucharte y lo más importante, no tienen
ojos para mirarte. Solo son un pene que terminará dentro tuyo para luego irse
dejando una paga.
Alejá tu mirada de ellos. Y estarás bien
pues el día que mires a alguien a los ojos, tu vida como puta terminará.”
-Y en todo este tiempo los hombres no
tuvieron rostro para mí.- terminó diciendo.
-Hasta hoy. - le dije.
-Hasta hoy. - me respondió y una
nostálgica sonrisa se le dibujó en el rostro.
-Gracias Augusto.- me dijo.
Asombrado por estas palabras, me animé a
recordarle:
-Tu vida cambiará si mirás a un hombre a
los ojos entonces. -
-Será una decisión que debo tomar, pero
hoy no lo haré.
No quiero me pidas ni me ofrezcas nada,
pero gracias. - respondió y me acompañó hasta la puerta.
Me despidió con un beso en la mejilla. Le
dejé una tarjeta en su mano con mi número de celular.
-Cuando quieras llamarme…- le dije.
Me miró profundamente y noté humedad en
sus ojos. Conmovida. Cerró la puerta muy despacio.
Mientras me alejaba por el corredor para
tomar el ascensor, algo me decía que pronto sabría de ella.
Amanecía.
F I N
Richard
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