miércoles, 20 de marzo de 2019

HOMBRES SIN ROSTRO




El servicio había finalizado. Le pedí a Juana permiso para lavarme en su cuarto de baño. Sin mirarme siquiera susurró un sí mientras se vestía en forma cansina, anodina.
Me higienicé y me vestí.
Al salir la veo cerca de la ventana con la mirada perdida y un cigarrillo consumiéndose entre los dedos. Estaba a medio vestir, su parcial desnudez embriagaba.
Dejé de observarla y fui hacia la puerta de salida. La miré por última vez seguía en la misma posición, era como si no estuviera allí.
Quise traerla de vuelta pues sentí que lo necesitaba.
-¿Juana?- le dije desde la puerta.
No me respondió y me inquietó un poco por lo que me acerqué a ella y le toqué el hombro.
-¿Estás bien?- le pregunté.
Se sobresaltó sobremanera.
- ¿Qué hacés? no me toques más, el servicio está terminado, pagaste por una hora y una hora has tenido así que andate de una vez. - me dijo sin mirarme a los ojos, como en toda la noche. Jamás llegaron a cruzarse nuestras miradas.
-Disculpame, no quise asustarte, solo me preocupé, nada más que eso, estabas tiesa, inmóvil.
Y de pronto sucedió, me miró a los ojos.
Su mirada era triste, sus ojos eran casi dos océanos de lágrimas. transmitía mucho dolor y soledad.
Inesperadamente, una breve sonrisa asomó. Parecía que estaba viendo un rostro luego de mucho tiempo. Más me dijo con un tono de voz suplicante:
-Andate por favor, ya está, así son las cosas, vienen, pagan, me cogen y se van. Eso es todo, nadie se detiene a ver qué hago o quien soy, soy solo una puta.-
-Hablemos Juana, por favor. - le respondí.
-Pues no y espero no seas de esos boludos que se enamoran, no soy mujer de la que un hombre pueda enamorarse. -
- ¿Porque pensás que es así? -
-Está a la vista cariño, soy una puta, ¡PUTAAA!, no siento, no pienso, no lloro. Solo abro las piernas. - respondió casi gritando.
-Decime a ver; ¿Qué edad tengo? – preguntó irritada.
-Joven, de unos treinta años. -
Una mueca ordinaria se le dibujó en el rostro.
-Tengo veintidós y mi nombre es Carla…y vos te llamás…no lo sé ¿Ves? no sé tu nombre, tuve tu pene dentro mío, me acabaste y no sé cómo te llamás, tampoco el del anterior a vos, ni sabré el nombre del que vendrá luego.
Jamás conocí el nombre de los cientos de hombres que estuvieron acostándose en  mi cama durante los últimos cuatro años.-
-Augusto, mi nombre es Augusto.- le dije y le extendí la mano.
Casi llorando me sonrió, su gesto agrio había cedido.
Mantuvimos nuestras manos estrechadas mientras nos mirábamos a los ojos.
Me di cuenta que había dejado de ser un hombre sin rostro para Carla.
Nos interrumpió el golpe en la puerta. Era otro cliente.
-Pues ya está, ahora andate que tengo que trabajar. - me pidió con cierta amabilidad.
-¿Cuánto te pagará?- le pregunté.
-Lo mismo que me pagaste vos.- me respondió.
-Pues aquí tenés el dinero, despedilo y quedate conmigo por favor. - le dije mientras sacaba los billetes del bolsillo.
- ¿Querés coger otra vez? - preguntó.
-No Carla, por favor no, solo quiero conversar. -
Me miró como si estuviera loco.
-Es tu dinero...dame un minuto. - dijo mientras se dirigía a la puerta para decirle al cliente que regresara en una hora. Se escuchó un insulto mientras la puerta se cerraba de forma abrupta.
-Se puso nervioso, andaba caliente y no quería esperar. Que se masturbe. - dijo al pasar.
Fue hasta la pequeña cocina con dos vasos de vino.
Tomamos asiento y continuamos con la conversación. Comenzó a recordar.
-Mi pueblo era el más bello del mundo, en verano disfrutaba las tardes en el arroyo, tirada sobre la hierba bajo una tupida arboleda y con el aire impregnado de fragancias florales.  
A los quince años, les contaba a todos que sería una importante abogada de la ciudad. Estaba en tercer año de la secundaria. Hasta que un maldito accidente en la ruta mató a mis padres y destruyó cada sueño infantil y adolescente que había forjado.
A partir de allí mi vida se volvió maldita, quedamos a cargo de mi tío, un ser despreciable, hermano de mi madre, quien, a los pocos días, me sometió a sus bajos instintos y me violándome una y otra vez. Borracho y también sobrio. Me sometió a todos los vejámenes que se te ocurran.
Mis dos hermanos sufrieron la violencia de esa escoria humana pues los golpeaba sin razón con cinturones y cualquier cosa que encontrara a mano.
Hartos, una noche abandonamos ese infierno los tres. Tomamos el tren de las 9.
Llegamos a la ciudad con ciertas ilusiones, pero la realidad se encargó de destrozarlas.
Vivimos en pensiones de mala muerte mientras nos duró el dinero que habíamos ahorrado con sumo esfuerzo. Félix y Roque consiguieron trabajo en una obra en construcción y yo, sin estudios, sin habilidades y con un físico desarrollado, la palabra puta estaba escrita en mi frente. Ellos no dijeron nada y aceptaron mi destino.
Y comencé parando en una esquina, semidesnuda, ofreciendo mis servicios a quien los buscara. Tuve suerte. Al poco tiempo, lo que reuníamos entre los tres alcanzaba para comer y pagar la pensión.
Me acosté con hombres, niños, adolescentes, ancianos, mujeres, lesbianas, gays, negros, blancos, asiáticos...enfermos. Encontré de todo, todo.
Esto duró un año hasta que, en una noche de calor, se detuvo un auto en mi esquina y descendió una mujer de unos sesenta años con buenas maneras. Se acercó y me preguntó si quería trabajar para ella en un departamento.
No lo dudé con tal de alejarme de la calle y de sus vilezas y personajes salvajes. Sería algo más tranquilo y seguro. Y aquí estoy.
Recuerdo que la primera noche de trabajo me dijo algo que llevo grabado en mi cabeza:
“Los hombres no deben tener rostro para vos, no tienen boca por lo que no pueden besarte ni hablarte, no tienen nariz para poder olerte, no tienen oídos para escucharte y lo más importante, no tienen ojos para mirarte. Solo son un pene que terminará dentro tuyo para luego irse dejando una paga.
Alejá tu mirada de ellos. Y estarás bien pues el día que mires a alguien a los ojos, tu vida como puta terminará.”
-Y en todo este tiempo los hombres no tuvieron rostro para mí.- terminó diciendo.
-Hasta hoy. - le dije.
-Hasta hoy. - me respondió y una nostálgica sonrisa se le dibujó en el rostro.
-Gracias Augusto.- me dijo.
Asombrado por estas palabras, me animé a recordarle:
-Tu vida cambiará si mirás a un hombre a los ojos entonces. -
-Será una decisión que debo tomar, pero hoy no lo haré.
No quiero me pidas ni me ofrezcas nada, pero gracias. - respondió y me acompañó hasta la puerta.
Me despidió con un beso en la mejilla. Le dejé una tarjeta en su mano con mi número de celular.
-Cuando quieras llamarme…- le dije.
Me miró profundamente y noté humedad en sus ojos. Conmovida. Cerró la puerta muy despacio.
Mientras me alejaba por el corredor para tomar el ascensor, algo me decía que pronto sabría de ella.
Amanecía.
                                          
                                                      F            I             N


Richard
Publicado año 2017 y editado
20-03-19

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