Todo comenzó tres
meses atrás cuando estaba a punto de casarse con Federico, quien secretamente
tenía amoríos desde hacía tiempo con su amiga Ana.
La noche anterior
al casamiento este huyó con su amante de aquel pueblo y nadie supo más de
ellos.
Leticia lloró
durante días, semanas, meses. Su corazón se había partido como un bello y
frágil cristal golpeando el piso y estallando en miles de pequeños fragmentos.
Los días
transcurrían monótonos y grises para la bella muchacha; no sonreía, casi que no
hablaba, comía poco y su color natural, rozagante y pleno de vida, hoy era una
pálida y sombría anciana de mil años, sus ojos estaban vacíos, su alma perdida.
Sus padres
comenzaron a preocuparse por su salud, tanto física como emocional y la
obligaron a visitar al médico quien solo encontró un problema: tristeza.
Parecía que nada
ni nadie la podría sacar de aquel pantano de dolor.
Hasta que un día
recibió una carta que no leyó hasta pasada una semana.
Una noche la
encontró en su mesa de noche y tuvo el impulso y la curiosidad para leerla.
No conocía a nadie
que pudiera escribirle y sabía que Federico no lo haría.
Con el sobre en la
mano miró el remitente y leyó un nombre: Thomas Decandiburu.
Intrigada abrió el
sobre, sacó la carta y se dispuso a leerla:
“Mi querida dama.
Espero no tome a
mal lo de querida máxime viniendo de una persona a la cual no conoce, pero
espero que, al terminar esta misiva, lo acepte con agrado.
Mi nombre es
Thomas y tengo la fortuna de conocerla a través de una foto que se le cayó en
la calle a un joven delgado y alto, cuando se sacó la campera. El mismo estaba
acompañado por una joven rubia de baja estatura.
Cuando se
alejaron, la alcé del piso y contemplar su belleza cambió mi mundo hasta esos
momentos. Observé en el reverso que decía su nombre, Leticia y la fecha. Debo
decir que reconocí al joven que estaba a su lado que no era otro que el que
dejó caer la foto, pienso que sin intención.
Puedo imaginarme
un momento triste en su vida pues a él se lo veía demasiado feliz, por lo que
fue usted la que terminó lastimada. Tan solo suposiciones, espero sepa
disculpar mi intromisión.
Debo confesarle
que en cuanto la vi quedé perdidamente enamorado de usted, durante el día no
pasan más de diez minutos sin que necesite ver su imagen y durante la noche la
llevo colgada de mi cuello como si fuera un medallón de un valor incalculable.
He escrito miles de versos profesando mi amor y miles de palabras para
describir su belleza. Las tengo guardadas para cuando quiera leerlas.
Y debe saber que
no puedo vivir más así, necesito conocerla, que estemos frente a frente, oler
su perfume, mirar su alma a través de sus ojos, escuchar su voz, rozar su piel,
verla sonreír, sentir su aliento.
Fue entonces que
me aboqué a encontrarla. Con un solo elemento, la foto, debía resolver su
paradero. Y lo hice al reconocer los tres cerros a vuestras espaldas.
Recordé que estuve
allí de niño con mis padres y hermanos. También recordé el pequeño pueblo a sus
pies.
Deduje que tú,
Leticia, vivirías allí.
La alegría que me
provocó no cabía en mi cuerpo. Hace unos días envié a un emisario para
confirmar tu existencia y tu ubicación exacta.
Y no lo dudé más,
quiero vivir mi vida contigo, te amo con todas mis fuerzas y no puedo seguir
con mi vida si no estás en ella.
Quiero que sepas
que soy agrónomo y me han llamado para un trabajo muy importante en la ciudad
Jardín del Pacífico, distante cien kilómetros de tu pueblo.
Quiero casarme
contigo apenas lleguemos a Jardín y jurarte mi amor hasta que la muerte nos
separe.
Te amo Leticia, te
amo con locura, con pasión. Espero puedas comprender que mis sentimientos hacia
ti son genuinos y honestos.
Sé que es una
locura esto, pero…
¿Qué es la vida
sin una cuota de locura amor mío? ¿Cómo se vive la vida si no tiene colores?
¿Cómo se vive la vida sino persiguiendo el amor hasta el último aliento?
El viernes
veinticinco de mayo estaré en el tren que se detendrá unos minutos en tu pueblo
a las doce del mediodía.
Me encontrarás
aguardándote en el vagón con una rosa blanca en la mano.
Solo ruego al
Universo me estés aguardando en la estación.
Ten en cuenta que
ese tren pasa solo una vez.
Y si no subes
habrás sido un bello sueño y me siento feliz de haber soñado contigo.
Con amor,
Thomas”.
Medio día del
veinticinco de mayo.
Leticia está en el
andén de la vieja estación, sentada sobre una valija cargada con ropas y
recuerdos, de aromas y sueños de niña, con su paraguas negro y la boina, regalo
de su madre, contemplando como se acerca el tren que la llevará lejos de allí,
a vivir una nueva vida, su vida, con su amor que todavía no conoce en esta
vida, pero lo reconoce de otras.
Su corazón no
puede contener tantas ilusiones y esperanzas, la emoción la embarga...el tren
se ha detenido para que ella lo aborde y encuentre a su amor.
F I N
Richard
06-05-19
Sublime historia. Cautivó mi corazón. Felicitaciones!
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