Cae la tarde sobre
el pueblo, mi barrio, mi casa, mi hogar.
En algún lugar,
los dioses aburridos, decidieron jugar.
Cargan el cielo
con rayos de luces puras del Cosmos
para descargar
luego, relámpagos de hipnóticos colores,
sobre un mar ya
furioso, que levanta olas hasta rozar las nubes.
Los truenos rugen
y asustan, la tormenta toca a la puerta.
Las aves buscan
sus huecos, los animales su techo, la gente sus casas.
De pronto un duro
silencio, un mar extrañamente sereno, el viento que deja de correr, el corazón
de latir.
La lluvia ha
llegado y aguarda. Ya es hora.
La metralla de
gotas de agua se dispara furiosa doblegando todo a su paso.
El viento feroz
que dobla tallos y árboles.
Mientras las gotas
caen como bombas sobre el mar, jardines y campos.
Las hojas verdes
se quiebran, las flores vuelan libres a merced del viento.
Los juncos se
doblan y esconden sus cabezas en la laguna.
Los frutos caen de
los árboles y se estrellan contra la tierra.
Los perros se
refugian en porches de casas, jardines, estaciones de servicio.
Ateridos de frío
miran con ojos tristes como llueve.
Están pensando en
cuándo parará la lluvia.
Entonces uno los
mira, te miran a los ojos y siguen mirando a la lluvia.
En pocos minutos
la furia desatada inundó las calles.
Los campos se
anegaron y las lagunas desbordaron.
El mar sigue
bravo, aunque sin ganas de hurgar por los caminos del pueblo.
Es cuando una fina
y tenue llovizna abraza las almas.
En ese respiro,
los pueblerinos aseguran puertas y ventanas.
Cubren plantas y
flores, guardan autos y bicicletas.
Saben que solo es
el comienzo de una larga noche de tormenta perfecta.
Apenas minutos
pasan para que arrecie la lluvia con más ímpetu que antes.
El viento desatado
solo quiere soplar y soplar con todas sus fuerzas para demostrar su poder.
El mar se contiene
furioso quizás con ganas husmear por alguna calle costera.
La gente en sus
casas se mantiene en paz, escuchando el crepitar de los leños en las chimeneas.
Será una larga
noche de lluvia y viento más.
El frío, escondido
en la niebla del mar llegará para meterse en los huesos.
Mas todos
combatirán la melancolía con abrazos y besos, historias y música.
En el seno de cada
familia, el calor se enciende con risas, juegos y anécdotas, comidas calientes
y bebidas fuertes.
En la hoguera de
nuestro amor nuestras almas arderán,
pues surcaremos la
tormenta en nuestro barco de papel.
Al amanecer,
cuando un nuevo y eterno sol, nos abra los ojos será el momento de izar velas y
navegar hacia la eternidad.
Richard
19-05-19
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