Su nombre no
importa, tampoco su edad.
Es solo un niño
que recorre las montañas
una a una, desde
tiempos inmemoriales,
tarareando una
antigua canción.
A medida que sube
por la ladera,
comienzan a salir
de atrás de las piedras.
De las cuevas
donde se esconden,
del corazón de la
montaña.
Con ojos
somnolientos la niña se descubre y lo sigue.
Otro niño se
acomoda la ropa y corre para alcanzarlos.
Y otro y otro y
otra y otra más.
Niños y niñas que salen
de sus escondites y agujeros.
Son muchos y se
saludan, algunos se abrazan y otros se toman de las manos.
De pronto todos comienzan
a entonar la eterna canción de aquel niño que camina.
Es como si un coro
de ángeles quisiera que el cielo escuche.
Son felices otra
vez y ya nada los hará llorar.
Son los niños
olvidados, aquellos cuyas vidas fueron interrumpidas.
Y que fueron
abandonados en las laderas solitarias, frías, oscuras.
Allí se quedaron esperándolo
a él, pues sabían que un día llegaría.
Solo él los
llevaría donde la luz nunca se apaga y el frio es solo una palabra.
Eran miles de
millones como estrellas en el cielo hay.
Llegaron a la
cumbre para acariciar las nubes cristalinas, mensajeras de Dios.
Y comenzar a
volar, uno a uno entre risas y emoción.
Todos se van y
nuestro niño queda.
Cuando partió el
último, él sonríe.
Deberá regresar y
escalar una nueva montaña.
Pues allí los tesoros
de la vida se encuentran.
Esperando escuchar
la canción y volar al sol.
F I
N
Richard
No hay comentarios.:
Publicar un comentario