jueves, 2 de mayo de 2019

Un sueño




Eran las doce de la noche y estaba transitando con mi auto, la autopista Veinticinco de Mayo a la velocidad de siempre, ciento veinte kilómetros por hora, tal vez un poco más.
Rebasaba los pocos vehículos que a esa hora transitaban mientras veía pasar los faroles de luz con rapidez, cada vez más.
Conducía quizás algo cansado mientras mi cabeza y mi alma me sumergían en recuerdos.
De pronto la nostalgia que signó para siempre mi existencia me apresó y no me soltó.
Recordé cuando en la década de mis treinta años, regresaba de mi trabajo en aquel entonces a mi casa por la misma autopista, soñando despierto con mi hija de cinco años y mi hijo de ocho.
Volaba en aquel Ford Taunus verde para verlos, escucharlos, abrazarlos, besarlos.
Era llegar a la casa, saludar a la mujer que me había hecho hombre con aquellos dos hijos y extender los brazos para que mi niña venga corriendo a abrazarme y besarme, preguntarme cosas inverosímiles y enseñarme los dibujos que había hecho y pintado con los colores del arco iris.
Luego mi hijo dejaba sus juegos de video, me abrazaba, conversábamos unos minutos y regresaba a sus batallas.
Entonces me sentaba en el sillón y mi niña que quería jugar conmigo y mi hijo que quería jugar un partido de fútbol en la PC. Abrumado por la felicidad intentaba complacer a ambos.

Aunque sumido en aquellos recuerdos pude ver las luces de los faroles se hacían una sola.

Llegué a mi casa casi sin darme cuenta.
Al bajar veo que no estaba en mi camioneta, sino que estaba cerrando las puertas de mi viejo Taunus.
También vi que me había detenido en mi vieja casa que estaba tal cual la recordaba. No podía explicar lo que ocurría, pero seguí adelante.
Al abrir la puerta de calle, la veo salir corriendo a mi encuentro a mi bella niña de cinco años para colmarme de besos y abrazos. Detrás mi amado hijo con su bicicleta para saludarme y pedirme permiso para andar unos minutos por la vereda. Hacía calor por lo que le dije que sí.
Cuando entramos a la casa, lo primero que hice fue saludar a Inés con un beso para luego correr al baño pues estaba muy urgido. Al terminar, me incliné en la bacha para lavarme las manos y me miré en el espejo…
Tenía el cabello negro, largo, barba tupida y la lozanía típica de los treinta años.
Mis cabellos blancos y las arrugas habían desaparecido.
Feliz, salí con prisa y abracé con todas mis fuerzas a mis dos hijos, mi Universo.

Fue el sueño más feliz que pude haber mantenido mientras manejaba...
                                                             
                                                                         F I N

Para mis hijos

Richard
02-05-19

1 comentario:

  1. Maravillosa historia.
    Y qué tierno de tu parte dedicarla a tus hijos.
    Te felicito por tu hermosa alma...
    Un grande saludo para tí.

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