Está escrito en
libros arcaicos y escondidos en algún rincón del Universo,
que una vez cada
mil años, un niño muy especial la bajará y la regalará por amor.
Y fue en algún momento
del infinito océano del tiempo, que ocurrió.
Ella no se lo hizo
sencillo por lo que el ángel, con su enamorada corrieron tras ella,
riendo, gritando, tropezándose
y volviéndose a levantar para alcanzarla,
en medio de la silenciosa
armonía del valle que emocionaba a las almas,
mientras el viento
acariciaba sus rostros y jugaba con sus cabellos,
y las luciérnagas curiosas
jugaban a iluminar los caminos.
Los perfumes de
las flores embelesaban mezclándose con sentimientos y recuerdos.
También los
animales, dóciles y serenos se acercaban para echarse en el pasto y mirar.
Justo allí, donde
los gritos eufóricos del niño se escuchaban hasta desconocidos mundos.
-Ya la tengo Belén,
en unos minutos la tendrás. - dijo algo cansado por las corridas y el esfuerzo
de tirar de la red.
- ¡Si José, la estoy viendo! Por favor, por
favor, apenas la atrapes,
dámela que quiero acariciarla.
Debe ser suavecita. - dijo ella sonriente y emocionada.
Era la noche de
los mil años cuando la luna se entregaba para cumplir con la promesa de amor de
un niño.
Serena, se dejó
caer en la pequeña red de ese ángel de cabellos oscuros,
que solo quería regalársela
a su amiga de rizos rubios.
Cuando la tuvo en
sus manos, el niño la sacó delicadamente
y la depositó en
el regazo de la pequeña.
Aquel ángel rubio
la tuvo en sus brazos y la acarició.
La besó largamente
sin dejar de mirarla, con lágrimas blancas, puras.
Luego de un rato
se durmieron juntas sobre la verde pradera,
con la luz de las
estrellas iluminando sus rostros felices.
El niño se quedó
toda la noche mirándolas a ambas.
Era ese el día más
feliz de su vida, sentía el mundo dentro suyo,
pues Belén, su
amada amiga había recibido el regalo
que él una tarde
de sol, le había prometido…
Richard
27-05-19
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